“Mi juventud se va, a lo largo de un poema. Y de una rima a la otra, se va con los brazos colgando… Mi juventud se va, hacía la fuente seca y los segadores de mimbre siegan mis veinte años…”
Eso decía la canción. Y así me siento yo, a la víspera de echar el cierre a todos mis veinte, entrando en otra década más de edad y con mi juventud escapándose a paso lento, hacia la fuente muerta...
He pasado mis años errando en la amarga melancolía de los recuerdos y en un mar de dudas. He pasado mi vida paseando sola en la orilla de las aventuras y dispersa por las ganas de gustar a los demás.
Décadas melancólicas. Infancia dura, adolescencia reprimida y juventud indecisa. Personalidad plagada de contradicciones. Absurda y sensata, he absorbido todo lo que me enseñaban. Candida, ingenua y crédula, me lo he creído todo. Todo, e incluso que el mundo era justo.
Infancia de aromas. Olor lavanda. Lavanda, romero y sábanas estiradas. Infancia de recuerdos. Pequeña y frágil, he recibido tantos golpes a lo largo de mi infancia, que aunque yo no lo supiese me han tenido mortificada y apartada de las decisiones propias. Miedo a equivocarme, inseguridad, inestabilidad, indecisión… Los tengo todos. Golpes físicos, que me dolían tanto que alguna vez me hicieron mear encima, de dolor, abandonándome a la angustia y a la tristeza de la ausencia de mis padres.
He estado viviendo sin saber nada de la vida. He estado encerrada en mi misma, leyendo libros en lenguas muertas y navegando en rimas baratas y fáciles. He pasado por mundos maravillosos, soñando con poemas y versos de Víctor Hugo. He llorado con aquellas canciones de los años de libertad, que hablaban de desamor y de soledad, aspirando los suspiros de más de un chico de las fiestas de la adolescencia. Chicos cuyas caras ni recuerdo… He vivido mi pubertad, encerrada en mi mundo, escribiendo cartas de amor sin destinatario y con anhelos lavados por la osadía de la ignorancia.
Sentimientos de la vida y experiencias que van borrado nuestras huellas, dejando un vacío enorme en nuestras consciencias. Vacío terrible y desmesurado que nos hace contar los años y ver que es mucho ya, lo vivido y esforzándonos para recordar cosas de nuestra niñez que se niegan en aparecer… Mi juventud se va. Y me doy cuenta, que las estrellas y el mar ya no me gustan tanto.
Ya no volveré a los lugares de mi adolescencia, porque aquí está el otoño de mi vida. Tardes de charlas y mañanas tristes, tantas que dejo ahora atrás, locura transitiva y emociones a flor de piel. El dolor de las amistades perdidas y el abandono del lugar de mi niñez. Todo lo dejo ahora, cerrando la puerta de todos mis veinte años.
Tres décadas que cumplo. Años metálicos e intensos. Años de rabia por objetivos no cumplidos, de decepciones y del mismo desamor del que hablaban las canciones de mi adolescencia.
Mi juventud se va, con la melodía lúgubre y lánguida de una guitarra. Se va en silencio y lo hace sigilosamente, sin dejarme marcas porque tampoco he vivido nada.
Mi juventud se va y se lleva todos los colores de mis veinte años. Todas las flores de mis años y los olores de mi madurez.
Los años me endiñan una inmerecida bofetada con mis noches solitarias, y con la melancolía de los orgasmos que hacen llorar, porque cuando queremos disfrutar de nuestras alegrías, las destrozamos. Mi juventud se va con todo a cuestas, dejándome con los lienzos en blancos y con los sueños inacabados, con la niña que no tendré y con los rayos de sol que ya se van apagando.
Mi juventud se va y tiene cogida de la mano a la niña curiosa, inquieta y siempre sonriendo y a la adolescente que jamás fue rebelde. Mi juventud se va, como la niña de mis veinte, aventurera y buscando una respuesta a todo. Aquella joven que sufría las decepciones como un pájaro herido y conteniendo las lágrimas, dolorida. Yo sé su dolor, yo conozco su pasión. Se gira una última vez, me dice adiós con la mano y se va. Se van y me dejan con todo, con mis miedos y mis frustraciones, con mis alegrías y mis penas, con una inmensa nostalgia.
No tenemos nada adquirido, dice Luis Aragón. Y cuando abrimos nuestros brazos, como para mostrar nuestra felicidad, nuestra sombra dibuja una cruz… El tiempo de aprender a vivir y ya es muy tarde…
Mi juventud se va. Aquí me quedaré yo, esperando las estaciones y tejiendo el aburrimiento, pensando en la niña que yo quería tener, con el corazón cargado de plomo, como cuando el mar llora sus olas.
Mi juventud se va, marchitándome…
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