La burda coincidencia entre ambos episodios ha sido el racismo o, lo que es lo mismo, el rechazo del otro por ser diferente. Y sí es difícil encajar que en un país con la historia de España surjan todavía estos brotes xenófobos, todavía debe serlo más que ocurra en aquél que precisamente tiene un presidente negro y que atesora una larga lucha contra esta lacra plagada de sucesos de sobra conocidos por todos.
Ha sido un alivio que la unidad de acción y la complicidad no se hayan hecho esperar, posiblemente avivada por las nuevas tecnologías, y que en muchos lugares alguien se haya comido simbólicamente un plátano, ojalá que canario, para alinearse con el jugador del Barcelona que inició espontáneamente esta cadena reivindicativa, eso sí, espoleado por un aficionado al que apenas le hemos visto la cara y que quizá no tiene el nivel intelectual o la cultura necesaria para sopesar su atrevimiento.
Al otro lado del Atlántico, el patrón de un equipo de baloncesto advertía con la boca torcida a su pareja que no trajera negros a su pabellón. Horas después, se quedaba sin su club, recibía una multa millonaria y el desprecio de sus propios jugadores, que depositaron sus camisetas sobre el parqué y desataron otra ola de solidaridad en un deporte sostenido precisamente por una amplia mayoría de figuras de esa raza.
Hasta aquí solo cabe celebrar esta reacción multitudinaria, aunque también puede uno preguntarse si en realidad ahí se acaba todo y si a partir de ahora vamos a ser todos mejores personas por el hecho de haber repudiado a ambos personajillos. La respuesta en mi opinión es que no y que se trata a lo sumo de uno de esos bucles que remontan a una velocidad endiablada el espacio mediático, que producen consecuencias amargas inmediatas a sus protagonistas y que, con la misma rapidez, será olvidado al cabo de las horas.
Pienso que la verdadera xenofobia sigue escalando posiciones en el mundo en forma de fronteras, vallas y élites cada vez menos numerosas pero más blindadas que crean los compartimentos estancos que producen el odio y el desequilibrio no solo ya racial, sino humanitario, cuando no climático, que nos pone a todos a los pies de los caballos.
Creo que la verdadera intolerancia se hace cada día más fuerte en un planeta en el que la razón ha sido secuestrada sistemáticamente y relegada a una simple anécdota, como la del plátano de Alves.
Texto del periodista Juan Carlos Acosta.
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1 comentario:
Y ayer la cosa continuaba en Valencia, en el campo del Levante, con los hooligans del Atlético de Madrid que llamaron mono a un jugador negro del equipo contrario, quien, como Alves, les bailó un baile corajudo a los impreserntables perdedores, que se sintieron insultados. Y el espectáculo penoso fue ver como los jugadores del Atlético se iban como fieras sobre el jugador del Levante, en lugar de apoyarlo y reprender a su aficción...
El mundo está lleno de idiotas...lo que no importa mucho...pero también está lleno de odio, miedo a lo distinto y necesidad de sentirse superiores sobre alguien...Y ese es el problema...
Los amigos del buen rollismo dicen que este país no es racista...Pero eso es mentira, si que lo es... y mucho...
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