Érase una
vez, en el país de la pereza, tres mujeres.
Aquellas
mujeres eran reputadas por ser unas poltronas. Sí. Poltronas. Eran poltronas,
perezosas, negligentes y vagas, muy vagas...
A las
tres poltrones les encantaba dormir. Podían dormir horas y horas sin cansarse.
De hecho incluso quedaban para dormir… Y dormían tanto que resultaba imposible
despertarlas.
La
primera era tan gandula y tan lizimusida que dormía de pie porque le daba
pereza llegar a la cama. También le daba pereza cerrar los ojos por lo que siempre
los tenía abiertos. Y una vez dormida, cuando cerraba los ojos se caía al suelo
con tanta fuerza que hacia temblar la tierra.
La
segunda era tan indolente y tan triquiniquis que cada vez que se sentaba se
quedaba dormida y tan dormida, que sólo la podía despertar un terremoto o un
maremoto. Y si algo la despertaba, se ponía se ponía a gritar, furiosa, con unos gritos agudos que podían hacer tronar.
La
tercera era tan holgazana y tan espidistra que se quedaba dormida en cuanto
pensaba en sábanas, en azúcar y en nubes. Dormía tanto que sólo un trueno
estridente y fuerte la podía despertar. Y cuando despertaba, inspiraba tan
fuerte de exasperación que aspiraba todos los sonidos y dejaba el mundo en
silencio para poder seguir durmiendo.
Las tres
poltronas vivían en su indegandancia y sintiéndose juzgadas por el resto de la
humanidad decidieron irse a vivir juntas. Tuvieron la suerte de las vagas y se
encontraron una casa tan bonita y tan encantadora que daba ganas de entrar a
robar. Vivían juntas en una armonía ejemplar en la que la pereza se enlazaba
con la gandulearía por el placer de ellas.
Una noche,
sin embargo, un malintencionado ladrón que siempre había tenido la suerte de
los ladrones vio la casa de las poltronas y no dudó en entrar.
Cuando
entró, la vaga que dormía de pie y que nunca cerraba los ojos le vio. Quería
gritar pero se sintió sin fuerza para hacerlo. Veía cómo el ladrón rebuscaba en
la casa pero le dio palo pararle por lo que cerró los ojos para no verle más y
cayó redonda, y más dormida aún, al suelo
haciendo temblar la tierra.
La tierra
tembló con tal fuerza que la segunda poltrona se despertó de golpe y se puso a
gritar enfurecida, encrespadísima, encolerizada, enervada y muy cabreada,
sentimientos para ella nobles, porque la habían despertado. Vio al ladrón, pero sólo
de pensar que tenía que levantarse a llamar a alguien le produjo más cansancio
y más rabia por lo que siguió gritando. Sus gritos sonaron con tanta fuerza que
desataron una tormenta que tronaba con una violencia eléctrica y con tanto
ruido que despertó a la tercera poltrona. Ella, nada más abrir los ojos vio al
ladrón. Tal fue su miedo que abrió grande los ojos e inspiró por la sorpresa
dejando el mundo en silencio.
Para el
ladrón, todo había ido muy rápido. De repente había temblado la tierra, luego
la tormenta eléctrica y ahora reinaba un silencio aterrador a pesar de que
seguía tronando. Le entró un pánico asombroso y salió de la casa disparado
dejando caer todo lo que había robado y jurando no volver a entrar nunca más en
ninguna casa.
Y las
tres poltronas, tranquilas aunque fatigadas se acurrucaron mejor y siguieron
durmiendo felices y más poltronas que nunca.
1 comentario:
hola aqui! solo para decirte que estamos orgullosos de ti por todo lo que haces. muy bonito texto
te deseo mucho animo.
un abrazo
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