miércoles, 11 de mayo de 2011

"SÉ COMO TE SIENTES..."


Mis padres llevaban juntos, muchos años. Mi madre es una mujer fuerte y muy divertida y mi padre, un hombre simpático y genial. Yo siempre les había visto bien y con sus problemas, como cualquier otra pareja. Junto con mis hermanos, iba a uno de los mejores colegios de mi ciudad. Y vivíamos en una casa enorme, la más bonita que había en el barrio.

Un día, mi madre se quejaba de dolores. Mi padre no estaba así que la acompañé yo, al hospital. Le diagnosticaron un cáncer de útero. Sabía que el cáncer era una dura enfermedad, pero también sabía que mi madre era fuerte y que acabaríamos saliendo de este duro trago. Aún recuerdo este día cuando al volver mi padre de trabajar, le senté para darle la mala noticia. No se lo podía creer. No dijimos nada a mis hermanos, que eran muy pequeños y además mi madre no quería que sufriesen para nada.
Y empezaron los tratamientos de quimioterapia. El tratamiento era duro y a mi madre se la veía demacrada. Fuerte que era, y se la veía depauperada. Guapa y bonita que era, se la veía desmejorada. Perdía pelo, perdía peso y cada vez parecía que estaba peor físicamente. Débil, macilenta y enflaquecida. No tenía fuerza para nada. Yo ayudaba en casa en todo lo que podía. A veces me quedaba despierta toda la noche para acompañarla, luchando contra el sueño, porque me daba miedo que le pasara algo. Era difícil para nosotros, pero para mi madre era un calvario.

Y un día, un 12 de Avril, mi padre se fue.
Nos dejó.
Nos dejó, con mi madre enferma, a mis hermanos y a mí. Dijo que no podía más y se fue. No sabíamos donde había ido. Nadie sabía nada de él. Ni sus amigos, ni su familia, nadie. Le buscamos durante mucho tiempo. Le esperamos durante mucho tiempo y nada. Simplemente nos dejó. Simplemente se fue. Desapareció.
Yo tenía 15 años. Y de un día para otro me encontré sola. Sola con mi madre incapaz de cuidarse por si misma, con mis hermanos pequeños y con todos los gastos de la casa.

Y para completar, a mi madre se lo complicó. Los médicos dijeron que por bajas defensas, había cogido una neumonía. Fue allí cuando empezó la depresión de mi madre. Al final, entre lágrimas, no tuve más remedio que explicárselo a mis hermanos pequeños. Mi hermano no lloró, pero mi hermana se desplomó. Ansiedad, angustia y pena. Mi madre tampoco paraba de llorar. Ella no tenía a nadie más. Mi padre era su familia, era su referencia, era su pilar… No pensaba en nosotros. No pensaba en mí. Yo sólo la tenía a ella como base de mi vida. Nosotros tampoco teníamos a nadie más que a ella.
A mi madre la ingresaron una mañana fría de invierno. Ante los gastos del hospital y de casa, tuvimos que dejar nuestra escuela de toda la vida. También tuvimos que vender la casa, nuestra casa, con todos nuestros recuerdos, nuestras alegrías, lo que nos recordaba aún a nuestra familia al completo. Lo vendimos todo. Tuve que vender algunas prendas de ropa y joyas de mi madre. Nunca se lo he dicho y ella, cuando les echo en falta tampoco me los ha preguntado jamás. Lo vendimos todo. Creo que vendimos nuestra familia, vendimos lo que éramos. Y me derrumbé cuando cerré por última vez aquel portal rojo que me recordaba a cuando mi padre volvía a casa después de trabajar.

Me dediqué durante mucho tiempo, a cuidar de mi madre y de mis hermanos. Mi madre seguía inmersa en una profunda depresión. La internaron porque seguía en shock. Dejó de comer y de hablar con nosotros y a veces no nos reconocía. Mi madre no me reconocía. Se pasaba horas llamando el nombre de mi padre como sí él estaba al otro lado del portal rojo, nuestro portal, el portal rojo de nuestras vidas…
Empecé a trabajar haciendo lo que me encontrase. Me odiaba a mi misma porque no podía con todo, no podía con todos los gastos. Me odiaba a mi misma porque a veces me cogían unas irremediables ganas de llorar. Una angustia loca que me fragilizaba las piernas y me incitaba a tirarme al vacío. Y mi vida basculó cuando una mañana, nos llamaron del centro para decirnos que mama había muerto.


Grité.
Sola.
Y seguí gritando hasta que me desgarré por dentro. Grité hasta que mi voz me abandonó por completo. La angustia que me perseguía se apoderó de mí. Me rompí la ropa que llevaba encima. Me arañé. Lloré tanto que acabe en una especie de semiinconsciencia. Lloré como nunca antes había llorado. Sólo recuerdo vagamente que mi hermano pequeño me encontró y sin preguntarme nada, me abrazó y se puso a llorar conmigo. Cuando los ojos se encuentran, la boca ya no tiene nada más que decir. Mi hermano me abrazó y me sujetó con fuerza, para que no hiciera más daño físico, hasta que me quedé dormida.

Ya no teníamos nada.

Y me puse a buscar a mi padre. Lo busqué tanto como he podido, pero no le encontré. Le busqué con toda mi alma y con todo mi tiempo pero no le encontré. Y al final, le odié. Le odio con todo mi corazón y más aún cuando recuerdo aquellos días que dormíamos sin comer, aquellos días que no sabíamos a quién acudir.
Pero me odio más a mi misma cuando algunas noches antes de dormir pido a Dios que este vivo y que no le haya pasado nada.

Ahora han pasado muchos años, y aún me puedo alegrar de que hayamos podido salir de esta situación. Mi hermano jamás habla del tema, igual que yo. Sólo hablamos de mamá. Lo único que me sabe mal es mi hermana pequeña a veces llora porque dice que no recuerda el rostro de nuestro padre. Aún nos faltan muchas cosas pero por lo menos sabemos que nos tenemos a nosotros mismos. Ellos son mi familia. Y yo soy la suya.

Y hoy mi hermana, apenada por los esfuerzos que tenemos que hacer para paliar todo, me dice que quiere buscar a nuestro padre. Dice que no puede más. Y llora, y llora… Yo no lloro, no sé por qué.
Me gustaría explicarle cual fue durante tantos años, la pena de mi vida. Me gustaría decirle que llevo cuidando de ellos, yo sola, desde hace mucho tiempo, y que aún puedo seguir. Pero no puedo. Me hubiera encantado hablarle de aquel portal rojo, el portal de mi casa, el portal de mis recuerdos, pero ella no lo recuerda. Y no para de llorar. Me da rabia porque la veo débil. Y me da más rabia aún, porque veo que para ella, él es la solución, cuando para mí, él fue el problema. Pero dicen que las huellas de las personas que caminaron juntas nunca se borran. Él, alguna vez, caminó con nosotros.

Me gustaría gritarle a mi hermana, que me tiene a mí, que yo nunca la dejaría, porque yo sin ella, tampoco sería nada…Pero sólo le digo que hay hombres que son cobardes, incapaces de amar y que estas cosas pasan...

...Y mi hermana llora y llora. Siente pena por mí, siente pena por nosotros. Siente pena por ella misma...


http://yaivi.blogspot.com/


6 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, solo voy a decir Yaïvi, que leí tu relato hace un par de días y todavía colea en mi mente ... Es una historia que no se olvida fácilmente, que hace pensar, ... como lo hacen todas las historias humanas tristes ...
Un saludo cordial.

AROA dijo...

IMPRESIONANTE!

Cuando perdemos a un ser querido, todo se derrumba a nuestro alrededor, pero sin duda, tu historia.... eres muy fuerte. Un beso

AROA dijo...

IMPRESIONANTE!

Cuando perdemos a un ser querido, todo se derrumba a nuestro alrededor, pero sin duda, tu historia.... eres muy fuerte. Un beso

Andrea Aguirre dijo...

es verdad tu relato solo estoy esperando que se vaya .no va a poder con todo . respecto a lastima que sea negra es verdad es una frase de muchos idiotas. cuidate . buen blog

Andrea Aguirre dijo...

es verdad tu relato solo estoy esperando que se vaya .no va a poder con todo . respecto a lastima que sea negra es verdad es una frase de muchos idiotas. cuidate . buen blog

Opiniones incorrectas dijo...

Eres una gran mujer.