lunes, 25 de abril de 2011

¿RESPETO O LIBERTAD?


Aquí hablo de respeto, no de educación y cuando hablo de falta de libertad, no hablo de represión.
En muchos países africanos, el Respeto es una línea previamente trazada, un camino que ningún africano se plantea y que todos seguimos tal como se ha hecho desde la noche de las edades, desde la noche de los tiempos, desde siempre...

El Respeto africano es elemental. Está en todo. Está presente en el día a día, en las pequeñas cosas y en todas las usanzas. Un respeto arraigado e incrustado en nuestras costumbres diarias y va desde las reglas básicas de convivencia familial y social, hasta en la manera de hablar, de vestir, de caminar, de mirar… pasando por una jerarquía incondicional y total.

El Respeto África es jerárquico, aunque bidireccional. La jerarquía es absoluta y incluye a todas las personas que tienen más años que tu, sean sus familiares o no. Y después, está el respeto propio que dice que tienes que respetar a los de menos años que tú, porque sólo así, ellos te podrán respetar. Dicen en el Dahomey que “El pequeño debe respetar al mayor, pero lo hace porque el mayor, le respeta a él y a sí mismo.” Tal como también dijo Balzac: “Sólo se respeta a un hombre que se respeta a si mismo.”

El Respeto africano lleva incrustado no insultar, no hablar mal a la gente, ayudar a los demás, saludar siempre y obligatoriamente a todo el mundo, no levantar la voz a nadie que sea mayor que tú, no ser impertinente con nadie, venir en ayuda a los mayores, ser cívico, ser educado, no mirar a la cara a la gente mayor, no gritar a alguien que respetas, ni llamar por su nombre a los que tienen más años que tú…
En el Dahomey, como en los otros países africanos, hay una conciencia tan grande del Respeto que, hablar mal o de manera ácida a alguien es una falta de respeto casi imposible de perdonar. Mandar callar a alguien es una falta de consideración tan bestial que puede provocar una enemistad de generaciones.

Nimiedades aquí, pero que para nosotros son faltas garrafales.

Respeto concienciado porque cada uno representa su nombre, cada uno representa su apellido. Un Respeto que es el peso del honor de toda esta gente, que uno representa. Si tú te portas bien, ellos quedan bien ante “los ojos” de la sociedad, una sociedad implacable. Y si te portas mal, mancillas el pulcro e intachable nombre de tu familia, dando a entender que fallaron en tu educación y que a lo mejor, en tu casa, todos son así de maleducados. Porque tú representas tus apellidos. Representas a tu familia. Eres lo que es tu familia. Dicen metafóricamente que “El niño que juega en el fango y se ensucia, también ensucia la piel de sus padres.”
De allí que al ver a un joven insultando a un mayor o no ayudando a otro, la gente pregunta: “¿Cuál es su apellido?”. Esto es lo que hace, que son los padres o la familia, los que va a pedir disculpas a la persona a la que su hijo o su hija, ha faltado al respeto. Sólo así vuelven a recuperar su honor, dando a entender que ellos saben de respeto. Y recuerdo la frase de mi tía que decía siempre: “No has nacido de un árbol, así que respeta tu familia.”

Teoremas intangibles en los que el respeto se inmiscuye en la conciencia personal. Si respetas a tu familia, no puedes ir de manera provocativa por la calle, ni insultar a nadie. Si respetas a tu familia, serás una persona cívica. Si respetas a los mayores, les ayudaras en cualquier cosa que estén haciendo. Si te respetas a ti mismo, no harás nada que vaya en contra de tu honor y de los principios sociales…

Eres libre de hacer todo lo que quieras, mientras no le faltes al respeto a nadie, ni a nada. Esa es nuestra libertad, nuestra libertad máxima. No hay más libertad que esa. Siempre ha sido así.

Pero eso no es libertad. Tanto respeto, hace que no haya libertad. La libertad africana se acaba donde empieza el respeto al otro. Los niños africanos crecen con esa dinámica y no echan de menos la gran Libertad porque es lo que han vivido siempre. Todo el mundo, sin excepción, sigue estas reglas, sin el más mínimo atisbo de resistencia, ni de molestia. Nos gusta que sea así.

El exceso de Respeto excluye la Libertad, la libertad mínima.


En Europa, Hay una gran libertad. Un Libertad amplia. Puedes vestirte como quieras, hablar como quieras a quien quieras. No hay jerarquía. Puedes caminar como quieras, puedes faltar al respeto a la gente mayor, puedes pillar ataques de rabia y después seguir tu vida como si no hubiera pasado nada; Puedes mandar callar a tu profesor, puedes no cederles tus asientos a las personas que más lo necesiten, puedes no ayudar a los mayores, y a ellos les da igual; puedes estar sentado en el sofá, mientras tu madre se está afanando en la cocina; Puedes estar estirado cuando tu padre está limpiando los platos… No hay el respeto mínimo, y si lo hay, pues esta limitado porque aquí, la libertad es ilimitada. El Respeto en Europa es un valor que impone la ley. El respeto al otro acaba cuando pisa tu libertad.

Y nosotros, los inmigrantes que llegamos a Europa, nos encontramos de repente en un mundo en el que podemos hacer todo lo que nos plazca. Al inmigrante africano, se le abre un universo desconocido de libertades, de decisiones propias, de juicios personales. Al principio da un poco de corte, nos seguimos comportando como si aún estuviéramos allí, representando nuestros apellidos, pero después y muy rápidamente nos acostumbramos.

Dulce Libertad, aire fresco que llena los pulmones, porque es ilimitado, es vasto. Se puede hacer de todo y incluso besar a alguien por la calle, salir con cuantos te de la gana, dormir donde quieras, con quién quieras… El inmigrante se forma un mundo de Libertad en sus actos y de Respeto en sus palabras. Sigue hablando a la gente tal como le han enseñado desde pequeño, pero se nota libertad en su verbo corporal.

Es fantástico.

Lo encontramos fantástico hasta que un día, alguien nos falta al respeto y nos encontramos perdidos porque nadie nos ha enseñado a aceptar una falta de respeto. Podemos cambiar por fuera, pero nuestros barómetros internos siguen allí, iguales. Se nos cae el mundo y echamos de menos nuestros valores. Criticamos duramente e amargamente la realidad europea. Nos parece imposible que una sociedad subsista sin respeto, sin modales, sin educación y llegamos a la conclusión que tanta libertad es nefasta, porque resta humanidad, resta solidaridad y resta afabilidad.

Pero cuando volvemos a África, la libertad ya ha hecho mella en nosotros. Nos cuesta mucho adaptarnos a la falta de libertad y a aceptarlo. Yo no entendemos las cosas con la misma intransigencia que antes. Y nos encontramos perdidos porque la Libertad para nosotros, ya es un derecho básico. La sociedad del Respeto se hace tan agobiante que es imposible vivir. Y se echa de menos la plácida y apacible libertad europea.

Y es cuando se nos plantea el dilema: ¿Respeto o Libertad?

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martes, 19 de abril de 2011

HACE TIEMPO QUE QUIERO LLORAR...


Hace tiempo que quiero llorar.
Llorar, porque mis alegrías ya no me llenan y porque mis penas ya no se van. Hace tiempo que quiero llorar porque ya me he dado cuenta, de que algunos objetivos son inalcanzables; Porque a veces, duele más lo que le pasa a la gente que queremos y porque el tiempo pasado, pasado fue. Hace tiempo que quiero llorar, porque la melancolía que me aplasta viene de mis alegrías más vividas, y porque mis errores ya no me producen pena, sino sólo rabia.

Hace tiempo que quiero llorar, llorar por estar siempre luchando para estar a flote y porque todo lo que nos pasa le resbala a la vida. Vida egoísta que, como un río, sigue su curso sin aguardar al sediento.
Hace tiempo que quiero llorar. Sensación de quejido, un sollozo que me tiene parada y bloqueada en medio de mi camino. Llanto de pesares por las vueltas de la vida, llanto de frustraciones por no ser tan fuerte como lo son los demás, llanto de rascadas hirientes. Quiero llorar porque hace tiempo, que sé que no puedo con todo.

De verdad que hace tiempo que quiero llorar…

Quiero llorar, porque todo lo que tengo de verdad es lo que ya tuve y porque todo lo que quiero de verdad, es lo que ya quise. Sentimientos frágiles que se dibujan quebradizos, pero que no se difuminan aunque pase el tiempo. Quiero llorar por mis recuerdos, los recuerdos de mi vida, por las metas que no conseguí, por la edad que hace mella en mí, y por mis conclusiones…
Quiero llorar porque me llevo yo mis cuentas y también por esta soledad tan palpable. Llorar, por mis victorias personales, logros silenciosos y sin ningún tipo de clamor porque parten de mi. Un silencio vacío, el vacío generado por la diversidad de caminos, la pluralidad de opciones y la multiplicidad de oportunidades. Vacío existencial en el ruidoso mar del ágora social.

Hace tiempo que quiero llorar…

Quiero llorar para poder reír de verdad.
Quiero llorar porque hace tiempo que no lloro de verdad.
Quiero llorar para sacar fuera esta angustia que juega al escondite dentro de mí.
Quiero llorar porque me he cansado de hacer ver que estoy bien. Cansancio y fatiga, con mis párpados caídos, a la misma altura que mi corazón y mi alma.
Hace tiempo que quiero llorar pero mis lágrimas hacen ver que no me entienden. Sé que están allí. Mis suspiros las delatan. Lágrimas traidoras que salen a cuenta gota ante todo mi sofoco o salen a mares sin aplacar la sed que tengo.
Hace tiempo que quiero llorar pero más me puede esta irritación por no recordar como hacerlo. Llorar, llorar como lo hacía antes, apoyada contra la pared de mi pena y escondiendo mis muecas a la vida, encerrada en mi dolor. Aquella llorera que rompe los corazones y borra las penas y la tristeza. Llorar recordando el aire lánguido de un viejo piano solitario, en la luz de un bonito atardecer y beber de la tristeza, como de los pozos de la vida. Notas de las melodías que en la llave de Sol, acaban en Mi...

Quiero llorar y destrozarme por dentro. Quiero llorar hasta perder aliento y notar mi cuerpo entumecido por la agonía de la verdad, descansada trás mi liberación emocional.
Quiero llorar pero me falta tiempo material para hacerlo.
Quiero llorar pero me falta espacio físico para hacerlo.
Hace tiempo que yo quiero llorar, y nadie lo sabe.

Quiero llorar mi vida. Quiero llorar mis penas, quiero llorar por mí.
Quiero llorar porque tampoco pasa nada por llorar…

Hace mucho tiempo que quiero llorar...

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lunes, 11 de abril de 2011

LA NIÑA NEGRA QUE SE DIBUJABA BLANCA.


Érase una vez, una niña negra que se dibujaba blanca.
Era negra, negra, negra pero se dibujaba blanca.
Era negra como las noches sin luna, con unos ojos brillantes, una sonrisa que brotaba como el agua viva de los riachuelos y vivía feliz, rodeada de otros niños. Nadie sabía por qué pero, ella se dibujaba blanca, blanca como los otros niños que la rodeaban. Siempre dibujaba una niña de pelo rizado con trenzas, unos ojos enormes, lo coloreaba con un lápiz de color beige anaranjado y ponía su nombre debajo. Así se veía ella. Los otros niños parecían no darse cuenta porque ellos también la dibujaban igual, ya que ella misma siempre se dibujaba tal cual.

Y un día que se dibujaba, la maestra se le acercó y le preguntó, por qué se dibujaba así… “Mira mi mano…” lo dijo. “…Y mira la tuya. ¿Son del mismo color?”.
Y la niña negaba con la cabeza y decía: “No...”
¿Y por qué te pintas de este color clarito? le preguntó la maestra.
Y la niña le respondía: “Es que, es mi color… el mismo color que los demás”
Y señalaba los otros niños.

La maestra le dijo que no, que no era su color y le preguntó a los otros niños, con qué color la dibujarían. Y como la niña siempre se había dibujado de color beige, todos los niños levantaron su lápiz beige. Y la maestra les dijo que no. Les dijo que ella no era beige, sino más bien marrón, porque ella era negra y que ellos eran blancos y por esto se dibujaban con este color beige. Y que si la niña era oscura de piel, había que pintarla oscura de piel. Los niños, la escuchaban con atención y miraban, curiosos, a la nueva negra. Muchos no entendían porque era negra, ni porque tenían que dibujarla de otro color, pero lo había dicho la maestra. Y sí lo había dicho ella, debía de ser verdad. Así que su amiga era negra, y ellos sin saberlos. Y la miraban…
La niña sabía que era negra, porque sus padres se lo habían dicho. Pensaba que lo había entendido, pero nunca pensó que sería una cuestión de lápices. Pobre niña, ciega de color, sin ninguna noción de raza, que se pensaba que era igual, igualita que sus amigos.
Érase una vez, una niña negra, que no se veía negra, porque sus amigos, sus padres todos eran blancos. Y ella siempre se había visto igual que ellos.

Érase una vez una niña negra, que al final, empezó a dibujarse negra. Y se dio cuenta de que estaba sola, porque era la única negra entre todos. Se dio cuenta de que todos la miraban y no sabía si esto era malo o era bueno. Aquel día, con la goma de borrar, se quitó todo el color beige y se pintó de marrón. Miró su mano, y no lo entendió porque vio que tampoco era el mismo color que tenía ella. Pero lo había dicho la maestra.
Érase una vez, una niña que, de repente, se dio cuenta de que no era diferente, sino que no era como los demás. Y se sintió sola, muy sola, sola y negra.

Y érase una vez, una maestra que se sintió feliz porque gracias a ella, una niña de su clase había empezado a dibujarse con el color que le tocaba, tal como tenía que ser...


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* Photo de Roberto Saccon

lunes, 4 de abril de 2011

MENDEL AL CUADRADO.


La genética, de manera simple y elemental, es la rama de la biología que da a entender los más y los menos de las herencias biológicas, de caracteres que se transmiten de generación en generación. Fenotipos, cromosomas, genes y ácido desoxirribonucleico...
La inteligencia emocional es la rama de geometría sentimental que permite a uno saber, qué decir, a quien, en qué momento y donde. Va de par con todas las ciencias, pero mucha gente no lo sabe y lo clasifica desinteresadamente en la rama de los noveleros románticos.

En las sociedades actuales hay una pluralidad genética bastante remarcable. Genes multiplicados y que han ido evolucionando con las mezclas y los cambios ambientales. Lógica de Darwin. Mucha gente en las sociedades actuales tiene hijos adoptivos. Niños de aquí que ahora son de allí. Niñas de allí que ahora son de aquí. Y cada vez hay más mezclas. Gametos filiales mestizos porque los padres son de procedencia geográfica diferente.
Me he leído todas las leyes de Mendel. Me he repasado toda la geometría de Darwin, me sé las ecuaciones de Ronald Fisher y sin embargo hoy me he quedado petrificada. Ahora bien mirado, creo que lo importante no es la aritmética de Mendel sino la combinación ciencia e inteligencia emocional.

Mi amiga es blanca. Su marido es negro y con esa combinación genética les salió un pequeño Mendel conforme a la segunda ley, la ley de la segregación. Por disyunción perfecta de alelos, el niño salió negro. Negro como su padre y con los bonitos ojos de su madre. Mofletudo y con salero, un bebe precioso y con una vivacidad extraordinaria. Una conjugación de zigotos y meiosis que sólo tienen los que nacieron de un amor pasional y de una noche orgásmica.
La cosa no daría más de sí, si no fuera que el otro día en el parque, una mujer se le acercó a mi amiga y con toda la naturalidad de los que carecen de inteligencia emocional, le dijo: “¡Qué niño más rico! ¿Cuándo te lo han dado?”
Cuando me lo explicó, primero no lo entendí y después me quedé atónita. Se me quedaron los alelos petrificados y mi mitosis en pause. Y con el filtro de mi lavado lenguaje, entendí que la mujer había querido decir: “Qué bebe más bonito. ¿Cuándo lo has adoptado?”.

“¿Cuándo se lo habían dado?” La mujer lo dijo como si de un objeto se tratase. Inteligencia emocional cero. También me quedé sorprendida. ¿Acaso aquella mujer no había oído hablar de Mendel? ¿O simplemente era que no tenía inteligencia emocional? No me podía creer que se pensará que el niño era adoptado antes que fuese suyo. Pero bien mirado, era normal, porque bien es sabido que hoy en día la gente adopta mucho.

Mi amiga intentó explicar que el niño era suyo. Lo intentó decir con toda naturalidad pero le salió un tono lavado por la incredulidad, porque ella misma jamás había pensado encontrarse en esta situación. La voz le salió dudosa. Su propia voz le salió insegura, un hilito dubitativo, cuando se encontró justificando que el bebe era suyo. Trastabillo de palabras, farfulleo de frases en las que se oía algo sobre nueve meses y un parto muy doloroso. Después se calló de repente, cuando vio en la cara de algunas, que no se lo creían mucho y en la de otras, un dulzor de “no pasa nada que sea adoptado”. No la creían.

La miré y me quedé pensando. ¿Cuántas veces se lo preguntarán a lo largo de su vida? ¿Cuánta gente le preguntará a su hijo de mayor, si realmente ella es su madre? Y cuando tenga hermanos, él no será como ellos.
En nuestro sistema métrico de cada día, una negra con un bebe blanco está haciendo de canguro y una blanca con un bebe negro, pues lo ha adoptado. No entra ninguna otra posibilidad más. Y si por alguna casualidad yo fuera con ella, la gente se pensará que el bebe es mío antes que suyo. ¡Dios! Cuántos seguimientos numéricos. Complejos futuros que ya aplastan.
A lo mejor, tendría que dejar mis libros de genética y de matemática, para leerme algún libro de Daniel Goleman y entender más de impulsos y de interpretación emocional. No lo sé, pero es que me encantan tanto las matemáticas…

Y cuando veo el bebe de mi amiga, con sus mofletes y su aire divertido, un bebe tan bonito que da ganas de quererle, pienso que nada importa más que él. Cuando veo cómo, con sus ojos enormes, incrusta el rostro de su madre, ajeno a las aritméticas que le rodean, pienso que todo, Mendel o Darwin e incluso las mujeres del parque… todo da igual.

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