jueves, 25 de septiembre de 2014

MALOGRO.


Érase una vez, una mujer que quería ser protagonista de una gran historia del cine. A ella le encantaba actuar. Sabiendo que el mundo pertenece a los que saben aprender, se formó para que a la hora de la verdad no le faltase ninguna técnica. Al tanto de todo, se presentó a mil casting sin resultado. Pensaba que alguien la descubriría pero la gente ni siquiera la miraba…

“Será porque me falta algo…” dijo y se apuntó con los docentes más sapientes, más eruditos con la ilusión de aprender lo que le faltaba a su talento pero seguían rechazándola. Su ingenio, su agudeza y su desparpajo estaban desaprovechados, desperdiciados. Los papeles que no necesitaban talento, los papeles invisibles eran lo único al que accedía.

Cansada de no ser la protagonista de ninguna historia, decidió escribir su propia novela y adaptarla a ella, a su manera de hacer y a sus rasgos. Narración, relato, ficción… La historia fue un éxito. Tuvo una notoriedad tan sonada que decidieron adaptarla al cine. Y sin embargo a la hora de escoger a la heroína para la materialización visual… no la cogieron. Resultaba que había otras como ella.

Sin desanimarse ni un poquito, decidió escribir otra novela en la que la protagonista a parte de tener su físico y sus rasgos también pensaba y actuaba como ella. Sus tics, sus gestos, su expresión, su actitud, todo… Otro éxito literario de gran calidad y muy aclamada. Premios, reconocimientos y culminación de un reconocimiento nacional para una tan gran capacidad léxica y narrativa. Pero tampoco tuvo suerte porque tampoco la cogieron para representar aquella obra suya.

“Cómo va a hacer otra de mí? ¿Cómo podrá otra, calcar aquello que sólo yo sé cómo lo siento?”

Y sin desmoralizarse, desalentarse, escribió más y más grandes clásicos obsesionada en darse una oportunidad. Una. Ella sabía que tenía talento para ser una gran protagonista de una historia del cine. Pero de nada le sirvió. Sólo conseguía premios literarios que no le valían de nada. Reconocimiento por un arte que no consideraba suyo. Lo suyo era la mirada, las sensaciones, la organicidad, el teatro… Pero el mundo se emperraba sólo en admirar sus dotes literarias.

Y ella, pobre y frustrada, un día se levantó y se mató. Fin. 


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