martes, 29 de mayo de 2012

DESDE 1880.


Hace poco, paseando por la calle, me topé con una mercería. No es que nunca haya visto mercerías de aquel tipo sino que llevaba un cartel que me llamó la atención. Era una mercería antigua que aún llevaba los colores de antaño y con su fachada impregnada de historia. Una historia densa e intensa que estaba allí escrita encima del cartel que ponía: “Desde 1880”. Me quedé mirando la mercería y pensé en el esfuerzo de los que la regentaban. Años y años de una herencia familiar que pasaba de padres a hijos. Pensé en los sacrificios que solían conllevar este tipo de negocios y en lo que les había costado llevar aquella empresa hasta donde había llegado.  Comercios vetustos, que habían pasado por  los acontecimientos de la historia, cruzando a pasos lentos, los años y los siglos. Años algunos seguramente de gloria y otros duros y secos pero manteniéndose con la lealtad de su gente que saben que las cosas no llegan en un sólo día, sino con años de oraciones y de labor ardua.

“Ora et labora” dicen en latín….

Pensé en todos los comercios antiguos de la ciudad. Panaderías, fruterías, farmacias, zapaterías… negocios austeros y boyantes, que no eran opulentamente prósperos pero que sí, se mantenían a flote medianamente.

Miré las letras escritas y  me acordé de algo muy profundo que dijo un amigo mío. Una reflexión entera que lleva una razón impresionante.

Decía que los inmigrantes venían a Europa con unas ideas concretas. Grandes ideas de prosperidad económica y personal. Sueños de un trabajo regular y bien pagado en unas condiciones favorables. Mi amigo se preguntaba cómo podían los inmigrantes pensar en hacerse ricos en un santiamén cuando los propios europeos necesitaban décadas para montarse negocios de prosperidad media, y necesitando ayudas y subvenciones del estado. Si ellos tardan años e incluso siglos, ¿cómo podemos pensar nosotros que en nada podremos montar negocios e hacernos ricos en Europa?

Y me quede moviendo la cabeza, como quien acaba de escuchar una gran verdad. ¿Cómo podemos pensar que al llegar a Europa, indudablemente nos haremos ricos? Lo piensan muchos, le pensamos muchos. Sueños irreales e inalcanzables que nos hacer dejar nuestras vidas ya montadas aunque con algún que otro desengaño, para venir a vivir una frustración. Los negocios longevos, primero empiezan y esperan que pasen los años, para sacar una conclusión de vida.

Sólo nos queda primero empezar porque en la inmediatez… no hay riqueza.

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domingo, 13 de mayo de 2012

LA NIÑA BLANCA QUE ODIABA A LOS NEGROS Y A LOS CHINOS.


Érase una vez una niña. Una niña bonita con unos preciosos ojos azules y con el cabello fino y brillante como la luz. Érase una vez, una niña blanca.
Y érase una vez la tía de aquella niña. Si la niña era bonita, la tía no lo era menos. Después de todo, tenían la misma sangre… Estaban todos reunidos, en familia, en una cena. Una de esas cenas mágicas que unen aún más a las familias.

Allí estaban cuando, entre un plato y otro, hablando de sociedad, la niña pequeña gritó:
-         Pues los negros y los chinos fuera de España.

Y toda la mesa se quedó en silencio. La niña, que no era más que una niña, les miró a los ojos, y con esta seguridad que caracteriza los que saben de lo que hablan, repitió palabra por palabra, para que la oyeran todos.
-         Los negros y los chinos fuera de España.

La tía de la niña, que era una mujer de mundo, se quedó perpleja. ¿Cómo había llegado su sobrina a pensar semejante barbaridad? ¿Cómo había llegado allí? La tía miraba a los de la mesa. Nadie decía nada, sino que miraban a la niña sin saber muy bien qué hacer…
-         ¿Hay algún niño negro o algún niño chino en tu clase? Le preguntó a su sobrina.
-         ¡No! Respondió la niña, con su voz infantil, sacudiendo la cabeza a la vez.
-         ¿Entonces por qué quieres que se vayan fuera de España?
-        ¡Porque no me gustan!. Me caen mal.

La tía se quedó pensativa. ¿Qué se podía hacer en esos casos? Se preguntó. ¿Cómo podía hacerle entender a una niña tan pequeña lo que abarcaba aquello que acababa de decir? Y como todas las personas inteligentes, eligió el camino más adecuado, más conveniente y más idóneo para estas situaciones. Quitarle importancia al asunto…
-         ¡Claro! - le dijo, riéndose. ¡Ahora lo entiendo! Tú lo que te pasa es que no conoces a ningún negro, ni a ningún chino. Porque si tuvieras amigos negros o chinos, estarías encantada. Y ya no pensarías así…

Y la niña, con el ceño fruncido y los brazos cruzados, respondió con vehemencia:
-         ¡No! No quiero conocer a ninguno. Me lo ha dicho el abuelo que sabe muchas cosas. Y si el abuelo piensa así, pues yo también.


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