lunes, 19 de mayo de 2014

EL EGO.


Mi ego me está matando.

Una sensación horrible que nace en lo más profundo de mi conciencia y se me expande por todo el cuerpo imposibilitándome a sentir cualquier cosa que no sea tristeza y rabía. La verdad es que, yo,  ni sabía que tenía ego.

Siempre había pensado que el Ego era cuando alguien está embebido de sí mismo y cuando alguien se prima por encima de todo y de todos. El Ego como materialización de una demasía de autoestima…

En mis clases de formación teatral, recuerdo cuando los profesores hablaban de Ego. Lo resaltaban cuando veían los actores llorar después de una crítica, una simple valoración que tomaban como un vituperio personal. “Ego...” decían mis profesores  y yo no lo entendía. ¿Ego?
Recuerdo que también lo subrayaban cuando veían a algunos, más bien siempre los mismos, interrumpir las disciplinas para hacer aportaciones personales, simplemente para llamar la atención. “Ego...” volvían a decir y yo no lo entendía. !¿Ego?!
También decían “Ego...” cuando veían los que se usaban sus  traumas personales para justificar su falta de talento, eludiendo responsabilidades. Y yo seguía sin entenderlo…

Ego…

¿Cómo puede ser Ego cuando alguien tiene demasiados complejos y miedos? ¿Dónde ven el ego en el hecho de que alguien este llamando la atención? ¿Ego? Yo pensaba que el Ego iba con altivez, soberbia y desdén. Para mí el ego va con el engreimiento, la suficiencia y un poco de arrogancia y de vanidad. El Ego del Yo. El Ego de los que proclaman como Cicerón: “Alios ego vidi ventos; alias prospexi animo procellas” dando a entender que están por encima de muchas cosas y que ya han vivido mucho. Esto para mi, era Ego.

Pero mis profesores lo veían en la humildad forzada, en el arrepentimiento justificado, en el victimismo consciente e inconsciente y en el complejo de mártir. El Ego de las retóricas de punto medio y de la demagogia falaz. El Ego del pesimismo y de la megalomanía. El Ego del que hablaban Sartre, Baudelaire y Camus. Tener una gran autoestima es ego. Pero sufrir por tener una mala autoestima también es ego. Ego. Ego. Ego. Todo es ego.

Y yo, por fin y a expensas mías, hoy entiendo ese Ego que no veía y que no lograba comprender. Yo siempre he aceptado las críticas; Yo siempre he aceptado las opiniones de la gente sobre mí o sobre cualquier cosa que haga. Sí. Y no me importaba no ser el centro de atención, aunque tengo que admitir que muchas veces lo era.

Y hoy, me doy cuenta de que tengo Ego... Tengo Ego.

Hoy me han dado una responsabilidad y me mata por dentro no haber aspirado a otra mejor. Me da rabia y me muerdo por dentro por no ser la protagonista de aquella historia. He participado en muchas aventuras sin ser la protagonista, sino como una pequeña segundaria en esas películas de la vida y jamás me había molestado. Y hoy, hoy mi mente tiene delirios frustrados de grandeza y mi ego autócrata y cruel me está matando.
Sólo me dice cosas dañinas. Me ridiculiza y me hace sentirme mal. Me tarasco por dentro. Mi Ego me ahoga. Ya no me deseo nada y ya no me quiero. Incluso creo que me odio. Todo me da inquina y me exaspera la realidad. ¿Y para qué animarme a mí misma? si me aborrezca hasta la saciedad.

¡Ego sum puella! ¡ Ego sum laeta! Entonces, ¿por qué no soy protagonista de esta historia? Si lo tengo todo para serlo. Tengo formación, tengo ganas, tengo ánimos y sé que cumplo los requisitos.  Mi Ego falso e hipócrita me dice que yo me merezco más para luego gritarme que jamás llegaré a nada y me añade “con lo mal que vas…”. Mi Ego me dice que tiene que dolerme que haya gente mejor que yo, gente que sí cumple más requisitos que yo. Un Ego irónico que me obliga a juzgar a los demás y a sacar a relucir sus imperfecciones aunque también las mías. Ego que me hace anhelar realidades utópicas para luego confrontarme al espejo de mis sombras para mostrarme la irrealidad de las utopías. Y sufro, siento dolor y nada vale la pena. Mi ego me puede. Me mira a los ojos como un perro rabioso y me susurra mis fracasos.

Y yo me miro, triste y dejada y no me reconozco. Si yo no tenía Ego. De verdad. No lo tenía. Aunque debo admitir aquella vez que, de pequeña, habiendo desgraciadamente suspendido a un examen, desee inocentemente que suspendiera toda la clase. Luego me arrepentí aunque sospecho que esto también era Ego. 

Yo pensaba  que lo aceptaba todo. Incluso he aprendido a reconocer mis errores y a aceptar las criticas. Y hoy me veo igual que todo el mundo. Me veo con un Ego enorme, enorme, y me entristece porque siempre lo había visto como algo peyorativo. Los años, las decepciones, los miedos y las frustraciones han despertados dentro de mí un ego que hasta ahora me era desconocido.

Tengo Ego, pero no un ego pequeño sino el Ego de verdad.

Y esto me entristece.

¿Será este mi verdadero yo?



lunes, 5 de mayo de 2014

RACISMO DE PLÁTANOS.


La semana nos ha dejado una anécdota cuando menos curiosa. Un plátano, un campo de fútbol de la Península y un balón han recorrido los medios de comunicación y redes sociales de medio mundo para ir a parar a otra cancha, esta vez, de baloncesto, en Estados Unidos.
La burda coincidencia entre ambos episodios ha sido el racismo o, lo que es lo mismo, el rechazo del otro por ser diferente. Y sí es difícil encajar que en un país con la historia de España surjan todavía estos brotes xenófobos, todavía debe serlo más que ocurra en aquél que precisamente tiene un presidente negro y que atesora una larga lucha contra esta lacra plagada de sucesos de sobra conocidos por todos. 

Ha sido un alivio que la unidad de acción y la complicidad no se hayan hecho esperar, posiblemente avivada por las nuevas tecnologías, y que en muchos lugares alguien se haya comido simbólicamente un plátano, ojalá que canario, para alinearse con el jugador del Barcelona que inició espontáneamente esta cadena reivindicativa, eso sí, espoleado por un aficionado al que apenas le hemos visto la cara y que quizá no tiene el nivel intelectual o la cultura necesaria para sopesar su atrevimiento. 
Al otro lado del Atlántico, el patrón de un equipo de baloncesto advertía con la boca torcida a su pareja que no trajera negros a su pabellón. Horas después, se quedaba sin su club, recibía una multa millonaria y el desprecio de sus propios jugadores, que depositaron sus camisetas sobre el parqué y desataron otra ola de solidaridad en un deporte sostenido precisamente por una amplia mayoría de figuras de esa raza. 

Hasta aquí solo cabe celebrar esta reacción multitudinaria, aunque también puede uno preguntarse si en realidad ahí se acaba todo y si a partir de ahora vamos a ser todos mejores personas por el hecho de haber repudiado a ambos personajillos. La respuesta en mi opinión es que no y que se trata a lo sumo de uno de esos bucles que remontan a una velocidad endiablada el espacio mediático, que producen consecuencias amargas inmediatas a sus protagonistas y que, con la misma rapidez, será olvidado al cabo de las horas. 

Pienso que la verdadera xenofobia sigue escalando posiciones en el mundo en forma de fronteras, vallas y élites cada vez menos numerosas pero más blindadas que crean los compartimentos estancos que producen el odio y el desequilibrio no solo ya racial, sino humanitario, cuando no climático, que nos pone a todos a los pies de los caballos. 

Creo que la verdadera intolerancia se hace cada día más fuerte en un planeta en el que la razón ha sido secuestrada sistemáticamente y relegada a una simple anécdota, como la del plátano de Alves.


Texto del periodista Juan Carlos Acosta.
http://ahorafrica.blogspot.com.es/ 
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