miércoles, 10 de febrero de 2010

NGOR, LA RUTA DEL CAYUCO II

La historia de Ngor, se quedó justo cuando acababan de ver como se volcaron los dos cayucos que iban con ellos…
Ngor, la ruta del cayuco I

En el barco de Ngor, empezaron a pelearse por si había que ayudar a los que se estaban muriendo o no. Unos decían que había que ayudar, pero otros sabían el peligro que esto suponía.
- ¿Los ayudaste?
Ngor niega con la cabeza.
- No...Con todo el dolor de mi alma, no. Porque nuestro cayuco estaba tan lleno que uno más, y nos hundíamos. No podíamos. Y algunos chicos del barco tampoco querían porque sabían que nos hundiríamos.
- ¿Cuánta presión no?
- Sí… llevábamos una noche y un día sin agua, sin comida y todos pensábamos que seríamos los próximos en morir. Y tenía que estar muy atento porque si nos llegáramos a perder, seguro que no sobreviviríamos. A parte que nuestro cayuco no paraba de moverse y de llenarse de agua.
- ¿Qué fue lo más horroroso?
- Los lamentos y los gritos de la gente. Nos suplicaban. Decían que tenían hijos, familia. Gente que no quería morir. Yo estaba desesperado… Me sentí tan impotente...

Ngor dejó atrás a las cabezas negras flotando, entre gritos ahogados por las olas y el ruido de un viejo motor en las luces del amanecer. Se le encogió el corazón de pensar que había niños, mujeres…
En el cayuco, había un poco de caos. Unos lloraban. Otros gritaban. Otros querían volver a su casa. Los que vaciaban seguían haciéndolo. Algunos se habían quedado en shock. Más de uno rezaba. Tenían miedo. Habían perdido amigos en los cayucos que se habían volcado, gente que habían saludado antes de embarcarse, gente que conocían, chicos fuertes, buenos, cuya única culpa era ser de un país pobre y querer ir en busca de un trabajo para una vida mejor. Algunos pensaban en la familia de aquellos que se habían muerto. Podían haber sido ellos. En el cayuco, muchos se pusieron a llorar. Hombres mayores, llorando como niños, sobrepasados por los acontecimientos. El mar seguía furioso y revoltoso. Y, con el semblante serio, intentando luchar contra las olas, Ngor, mojado, intentaba controlar la patera.
- ¿Por qué crees que tu cayuco no se hundió como los otros?
- Porque iba dirigiéndome recto, frente a las olas. Creo que si hubiera dado cualquier giro, nos hubiéramos hundido. También tenía claro que tenía que mantener la cabeza fría y no perder los nervios. Todos dependían de mí. Yo estaba cansado. Les dije que no se peleasen, que dejasen de gritar, y que no parasen de vaciar el cayuco. No me podía creer lo que acabábamos de vivir… Esto es muy fuerte.

Cuando amaneció del todo, el mar se calmó. Todas las caras eran de consternación. Todos sabían a lo que se exponían pero ninguno de ellos estaba preparado para esto, para vivir una experiencia tan horrorosa. No valía la pena cuando tan solo era una lotería. Cuando tampoco sabían si se podrían quedar en el país de los blancos.
Cuando divisaron las costas de Marruecos, el viejo motor empezó a toser. Era de noche. Ngor prohibió encender cualquier cosa en el barco. La policía “costera” de Marruecos les podría ver desde lejos. Pero el motor no paraba de hacer ruido, mucho ruido en la tranquilidad de la noche. Ngor se quitó su chaqueta y la envolvió alrededor del motor para que ahogar el ruido. Todos silencios, como los ladrones, sólo respiraron de alivio, cuando dejaron atrás la costa de Marruecos.
El mar estaba plateado, con una luna enorme haciendo juegos con sus reflejos en el agua. Ngor se preguntó como puede el mar, contener tanta belleza, después de las atrocidades que les acababa de hacer pasar.

Ngor dio el aviso. Ya estaban llegando a las costas de Tenerife. Los que llevaban pasaporte lo tenían que tirar en el mar, así, cuando les pillara la policía, no les podría deportar. Si no eres de ningún sitio, no te pueden deportar. Eso es lo que les habían dicho antes de embarcar.

Ngor se giró a mirar aquellos que habían subido a su barco. Estaban deshidratados, famélicos e insolados, apagados, empapados y cansados, agotados y destrozados, después de las intemperies y de tantos días en el mar, durmiendo sentados y después de la pesadilla, de la angustia y del temor que acababan de vivir. Una tragedia. Una desgracia. Recuerdos que les seguirían toda su vida. Todos con los ojos hinchados de llorar. Daban pena.
Pero Ngor no se había mirado a sí mismo, el joven capitán de 24 años. No se dio cuenta de que él también había llorado…
- ¿A qué hora llegasteis?
- A les 13:35. - ¿Qué pasó?
- Estaba la policía "costera". Nos estaban esperando porque ya nos habían visto.

La policía "costera" les llevó a un centro donde habían otros inmigrantes subsaharianos, todos con cara de circunstancias. Otros que a lo mejor habían vivido lo mismo que ellos. Otros que eran negros; Otros que eran pobres.
- ¿Y después que ocurrió?
- Nos preguntaron si teníamos algún contacto o familiares en España. Los que no tenían a nadie fueron deportados.
- ¿Y los que teníais familia?
- Otros, como yo, tuvimos que llamar aquel contacto o aquel familiar para certificarlo y para mostrar que era verdad. Después nos dieron 40 euros y estuvimos una noche en una habitación de una pensión para que nos vinieran a buscar.
- ¿Cuántos os quedasteis?
- 40
- ¿Tienes algún contacto con alguno de tus antiguos compañeros de cayuco?
- Sí. Un chico que ahora vive en Alemania.
- ¿Europa ha cumplido tus expectativas?
- No. Nada, nada.
- ¿Qué le dirías a alguien a punto de coger un cayuco?
- Que no vale la pena. Y que estamos mejor en África que aquí. Es que la realidad de Europa es distinta a lo que pensamos. No es tanto como para hacer un viaje en esas condiciones. Si alguien tiene que venir, que lo haga de un modo más seguro.
- ¿Volverías a Senegal?
- No.
- ¿Qué raro no? Dices que no ha cumplido tus expectativas. Le aconsejarías a otro que no viniera, pero tú no quieres volver…
- Es que después de todo, no quiero que mi esfuerzo sea en vano. Después de todo lo que he sacrificado, no quiero volver a la casilla del principio, con las manos vacías. De volver atrás, ese viaje es un paso que no daría. Pero ya lo he dado y ahora no puedo volver atrás, porque tampoco he conseguido nada. Volveré algún día, cuando tenga una situación mejor, pero ahora no.
- ¿Te parecen raros los blancos?
- Un poco. Van cada uno a la suya. No hablan mucho... pero bueno, hay gente rara en todos los países.
- ¿Volverías a hacer este viaje para un sueño?
- Jamás.
- ¿Cómo definirías tu viaje?
- Pues, como un viaje de dos cojones y medio.
- ¿Eres feliz?
- Si. Tengo suerte. Tengo un trabajo que no me gusta, por las condiciones, pero me da lo justo para vivir. Tengo una habitación en un piso de una hermana de mi familia, la que me vino a buscar. Tengo comida cada día. Estoy vivo. ¿Hay más suerte que eso?
- Ni que lo digas Ngor.

Y Ngor sonríe, con sus dientes blancos. Su mirada no deja de ser un poco triste. Sé que lleva con él el recuerdo de todas esas cabezas negras flotando en el mar, y el de esos gritos que aún le perseguirán durante mucho tiempo. Pobre.

Ngor es mi amigo.

"Gracias a Marie Coulibaly, por ayudarme a rellenar los vacíos lingüísticos en la historia de Ngor."

http://yaivi.blogspot.es

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Fantàstic Bella!! Una història molt dura i tan real. M'encanta com escrius!!

yaivi dijo...

Qui ets?? hehehe!! Espero que hagis pogut llegir la primera part!! Gracies per entrar en el blooog!

Marcos Delgado, sma dijo...

Simplemente genial. Un beso

yaivi dijo...

Hola Marcos! Has podido leer la primera parte?

Anónimo dijo...

He podido leer toda la historia. Espeluznante, cruda y dura, ojalá no fuera real... un beso

IvanBalt dijo...

No deberian pasar estas cosas!!! tu amigo es un luchador un sobreviviente un Heroe!

Anónimo dijo...

Y ahora con la crisis por que siguen viniendo si no hay trabajo ,incluso en épocas de bonanza había un millón y medio de parados,no lo entiendo,ahora estamos pagando lo que merecemos