miércoles, 8 de octubre de 2014

EL PELO AFRO.


Cada país tiene sus costumbres y sus hábitos. Y muchas veces, lo que para unos es la cosa más común y ordinaria del mundo, en otro sitio resulta ser algo bastante especial y fuera de lo normal.

El pelo afro en Europa, más allá de la representación de un pelo africano, es la denominación perfecta de una espectacular bola de pelo con pequeños rizos. Un peinado voluminoso y sin gravedad. Un pelo llamativo, admirable y bastante envidiado. ¿Quién no se ha quedado embobado mirando un pelo afro? Aquí en Europa, es un estilo más entre muchos otros y goza de bastante consideración tanto en hombres como en mujeres. ¿Qué blanco no ha deseado tener el pelo afro? Un estilo que da un aire chic, a la vez que exótico y moderno.

Pero en muchos países africanos, el pelo afro es un enmarañamiento horrible de pelos imposibles de peinar y de doloroso y difícil cuidado. Un desastre natural, regalo del mismísimo Mefisto. Una conspiración del destino… ¿En qué pensaba Júpiter? Un pelo que nada tiene que ver con el Afro de los blancos y de las mulatas. ¿Qué negro aspira a llevar el pelo afro, tal como lo conocemos nosotros?

El pelo afro, un pelo puntero de los años sesenta en los ambientes africanos, se llevaba en los movimientos pacifistas y en el mundo artístico aunque mucho más corto. Actualmente, ridículo en los hombres y demasiado extravagante para las mujeres, el pelo afro aun teniendo sus raíces en África, no entra ni en el lenguaje usual como algo natural. ¿Cuántas mujeres africanas hay por la calle con el pelo peinado hacía arriba?

En los países del golfo de Benín y precisamente en el antiguo Dahomey, las opciones son diferentes para chicos y para chicas. Los hombres allí, van rapados o van con el pelo corto aunque tampoco tienen mucha libertad para poner la raya. Una raya mal puesta puede ser motivo de burlas grotescas. Para las chicas, las cosas son distintas aunque tampoco se extienden a más campos. Las opciones de teñirse o llevar cortes extravagantes de pelo naturales son inexistentes. Las chicas van trenzadas con miles de opciones de trenzas o van con el pelo corto.

Los peinados se han vuelto un distintivo palpable. Y las habladurías sociales afirman sin ningún fundamento valido, que las mujeres inteligentes o las estudiantes de carreras difíciles tienen que llevar el pelo muy corto y sin trenzar, porque esto demuestra que pasan más tiempo delante de los libros que en la peluquería. Tal como decía el reglamente de mi instituto que ponía en letras grandes: “Una buena científica tiene que llevar el pelo corto”. Por lo que en los reglamentos internos de todas las escuelas, hay un apartado extenso dedicado a los estilos de peinados permitidos. En algunas escuelas prohíben las trenzas simplemente para evitar distinciones o diferencias evidentes de clases sociales, porque las trenzas divergen según el poder económico.

Algunas escuelas son más permisivas pero tanto en escuelas privadas como en públicas, el pelo Afro, aunque no necesite horas de peluquería es el único prohibido en todas partes.

Dicen que el pelo afro es un punto esencial de distracción, ya que es imposible no mirarlo y que además, los de detrás no ven. Y allí, sin más distintivo y con este simple argumento, el pelo Afro está prohibido en todas las aulas.

Es curioso que un pelo, aquí tan sensacional y vistoso, allí no goce de ninguna popularidad.


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lunes, 6 de octubre de 2014

LE GOÛT DE TES LÈVRES...



Tu ne vas pas me croire... J'ai oublié le goût de tes lèvres. J'ai simplement pensé que t'aimer, te garderait luxueusement, avec tous les détails dans ma mémoire. J'ai même pensé que graver sur papier tes gestes et tes mots m'aiderait à ne jamais t'oublier. Hélas! J’ai oublié le goût de tes lèvres…

Je me souviens de chaque parcelle de ton visage. Je me souviens de la couleur de ta voix et même, de comment résonnent tes rires. Je me souviens de ton air, de tes caresses et j’ai encore ton odeur en moi. Mais je ne me souviens plus du goût de tes lèvres.

A quoi me sert-il de me revoir collée contre toi, si je ne suis pas capable de définir un sens aussi basique ? Amours impossibles et vaines trahisons. Je garde en moi souvenirs et chagrins. Je porte en moi rage et peine, parce que nos lunes finissent toujours pareil... Lunes de miel, avec la passivité des choses impossibles et des réalités qui giflent. Lunes de miel, avec la nostalgie de ne pas vivre les amours au moment adéquat; la tristesse des baisers qui viennent tard et des mots qui ont déjà perdu leur sens. La mélancolie d'un amour qui n'existera jamais.  Ma lune de miel, ma triste lune de miel, ma fausse lune de miel... Mon coeur a un secret.

Que m'importe Paris, si je t’ai pour moi toute seule entre quatre murs ?

Corps entrelacés et respirations accélérées…. Je me meurs. Je me meurs parce que ma routine ne me plait plus. Rends-moi mon souffle. Il est resté avec toi. Rends-moi mes envies. Je les ai perdues après tant de luttes personnelles, tant de luttes pour toi...

J’aurais dû être plus attentive mais enivrée par la passion, je me suis laissée aller. Je ne suis rien d'autre que négligente et distraite. Banale et nulle, j’ai oublié le goût de tes lèvres...

Et c’est cette mélancolie et cette tristesse qui font que tu me manques autant parce que je t’aime maintenant encore, comme toujours, depuis...

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jueves, 25 de septiembre de 2014

MALOGRO.


Érase una vez, una mujer que quería ser protagonista de una gran historia del cine. A ella le encantaba actuar. Sabiendo que el mundo pertenece a los que saben aprender, se formó para que a la hora de la verdad no le faltase ninguna técnica. Al tanto de todo, se presentó a mil casting sin resultado. Pensaba que alguien la descubriría pero la gente ni siquiera la miraba…

“Será porque me falta algo…” dijo y se apuntó con los docentes más sapientes, más eruditos con la ilusión de aprender lo que le faltaba a su talento pero seguían rechazándola. Su ingenio, su agudeza y su desparpajo estaban desaprovechados, desperdiciados. Los papeles que no necesitaban talento, los papeles invisibles eran lo único al que accedía.

Cansada de no ser la protagonista de ninguna historia, decidió escribir su propia novela y adaptarla a ella, a su manera de hacer y a sus rasgos. Narración, relato, ficción… La historia fue un éxito. Tuvo una notoriedad tan sonada que decidieron adaptarla al cine. Y sin embargo a la hora de escoger a la heroína para la materialización visual… no la cogieron. Resultaba que había otras como ella.

Sin desanimarse ni un poquito, decidió escribir otra novela en la que la protagonista a parte de tener su físico y sus rasgos también pensaba y actuaba como ella. Sus tics, sus gestos, su expresión, su actitud, todo… Otro éxito literario de gran calidad y muy aclamada. Premios, reconocimientos y culminación de un reconocimiento nacional para una tan gran capacidad léxica y narrativa. Pero tampoco tuvo suerte porque tampoco la cogieron para representar aquella obra suya.

“Cómo va a hacer otra de mí? ¿Cómo podrá otra, calcar aquello que sólo yo sé cómo lo siento?”

Y sin desmoralizarse, desalentarse, escribió más y más grandes clásicos obsesionada en darse una oportunidad. Una. Ella sabía que tenía talento para ser una gran protagonista de una historia del cine. Pero de nada le sirvió. Sólo conseguía premios literarios que no le valían de nada. Reconocimiento por un arte que no consideraba suyo. Lo suyo era la mirada, las sensaciones, la organicidad, el teatro… Pero el mundo se emperraba sólo en admirar sus dotes literarias.

Y ella, pobre y frustrada, un día se levantó y se mató. Fin. 


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lunes, 7 de julio de 2014

LAS TRES POLTRONAS.


Érase una vez, en el país de la pereza, tres mujeres.

Aquellas mujeres eran reputadas por ser unas poltronas. Sí. Poltronas. Eran poltronas, perezosas, negligentes y vagas, muy vagas...

A las tres poltrones les encantaba dormir. Podían dormir horas y horas sin cansarse. De hecho incluso quedaban para dormir… Y dormían tanto que resultaba imposible despertarlas.

La primera era tan gandula y tan lizimusida que dormía de pie porque le daba pereza llegar a la cama. También le daba pereza cerrar los ojos por lo que siempre los tenía abiertos. Y una vez dormida, cuando cerraba los ojos se caía al suelo con tanta fuerza que hacia temblar la tierra.

La segunda era tan indolente y tan triquiniquis que cada vez que se sentaba se quedaba dormida y tan dormida, que sólo la podía despertar un terremoto o un maremoto. Y si algo la despertaba, se ponía se ponía a gritar, furiosa, con unos gritos agudos que podían hacer tronar.

La tercera era tan holgazana y tan espidistra que se quedaba dormida en cuanto pensaba en sábanas, en azúcar y en nubes. Dormía tanto que sólo un trueno estridente y fuerte la podía despertar. Y cuando despertaba, inspiraba tan fuerte de exasperación que aspiraba todos los sonidos y dejaba el mundo en silencio para poder seguir durmiendo.

Las tres poltronas vivían en su indegandancia y sintiéndose juzgadas por el resto de la humanidad decidieron irse a vivir juntas. Tuvieron la suerte de las vagas y se encontraron una casa tan bonita y tan encantadora que daba ganas de entrar a robar. Vivían juntas en una armonía ejemplar en la que la pereza se enlazaba con la gandulearía por el placer de ellas.

Una noche, sin embargo, un malintencionado ladrón que siempre había tenido la suerte de los ladrones vio la casa de las poltronas y no dudó en entrar.

Cuando entró, la vaga que dormía de pie y que nunca cerraba los ojos le vio. Quería gritar pero se sintió sin fuerza para hacerlo. Veía cómo el ladrón rebuscaba en la casa pero le dio palo pararle por lo que cerró los ojos para no verle más y cayó redonda, y más dormida aún,  al suelo haciendo temblar la tierra.
La tierra tembló con tal fuerza que la segunda poltrona se despertó de golpe y se puso a gritar enfurecida, encrespadísima, encolerizada, enervada y muy cabreada, sentimientos para ella nobles, porque la habían despertado. Vio al ladrón, pero sólo de pensar que tenía que levantarse a llamar a alguien le produjo más cansancio y más rabia por lo que siguió gritando. Sus gritos sonaron con tanta fuerza que desataron una tormenta que tronaba con una violencia eléctrica y con tanto ruido que despertó a la tercera poltrona. Ella, nada más abrir los ojos vio al ladrón. Tal fue su miedo que abrió grande los ojos e inspiró por la sorpresa dejando el mundo en silencio. 

Para el ladrón, todo había ido muy rápido. De repente había temblado la tierra, luego la tormenta eléctrica y ahora reinaba un silencio aterrador a pesar de que seguía tronando. Le entró un pánico asombroso y salió de la casa disparado dejando caer todo lo que había robado y jurando no volver a entrar nunca más en ninguna casa.

Y las tres poltronas, tranquilas aunque fatigadas se acurrucaron mejor y siguieron durmiendo felices y más poltronas que nunca.

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Leer LOS TRES POLTRONES

lunes, 30 de junio de 2014

LAS MALETAS DE CARTÓN.

 

Una vez me echaron de una casa.

Me echaron de la casa en la que vivía. Con razones absurdas, me dijeron que ya no querían que viviera más allí y que me tenía que ir. Una casa en la que había estado diez años de mi vida, donde había pasado buena parte de mi infancia. Allí, tenía mis amigos, mi escuela, todo lo que recordaba…

Y mi madre me vino a buscar. No tenía maletas ni bolsas para meter mis cosas. No teníamos ni maletas ni bolsas. Buscamos cajas de cartón. Y en ellas puse las pertenecías mías de diez largos años. Puse mi ropa, mis zapatos, mis amores secretos, mis ilusiones, mis risas, mis canciones. Todo cupo en dos grandes cajas de cartón y nos las llevamos en la cabeza como hacían mi pueblo. Aquel día sentí una vergüenza tan grande, vergüenza de que me hubiesen echado de allí y vergüenza de mis cajas de cartón. Me daba cosa que me viera la gente, que me vieran mis amigos en aquel estado de “expulsada”.

Aquel día, un día cualquiera de 1996 me fui del lugar de mi infancia llorando, dejando atrás todo lo que me importaba a mis quince años y jurando volver al lugar de mi infancia. Me fui dando la espalda a lo que serían más tarde, mis recuerdos. Allí, no fui muy feliz pero me dio una pena tan tremenda irme que jamás, jamás había vuelto a sentir este tipo de pena. Allí no fui muy feliz pero siempre que vuelvo a aquel lugar no puedo evitar sentir una melancolía y una nostalgia inmensa.

“Volveré un día, una buena mañana entre vuestras risas. Sí, cogeré un día el tren del recuerdo…” Dice Françoise Hardy en su canción. Y yo flipaba de ver la similitud entre esta canción y mi vida, sin darme cuenta de que esta similitud se haría mucho más evidente en un futuro, cuando volví y ya nada era lo mismo…
Me fui de allí llorando amargamente, sintiéndome sola y rechazada. Rechazada por gente que yo quería, gente que decía que me quería y viendo caer lo poco que me había construido en mi corta vida de adolescente. .

Hoy he vuelto a echar de menos maletas.

Me han echado del trabajo.

“Eres prescindible” Palabras que no pretenden hacer daño pero que quieren decir lo que quieren decir. Prescindible. Innecesaria. Sustituible. Hoy me han echado del trabajo y siento una vergüenza tremenda. Vergüenza de los que no entienden nada flotando en un shock paulatino. Me han echado y me siento inútil, inepta, ineficaz, incapaz. Y no puedo evitar que me de vergüenza ser todo esto. Una vergüenza tremenda. Me da vergüenza decir a la gente que soy inepta.

Y no paro de repetirme a mí misma que hice todo lo que pude, que intenté hacerlo lo mejor que pude. Pero no puedo quitarme de encima que si esto me ha pasado es simplemente y llanamente porque soy prescindible. El futuro me da miedo. La incertidumbre me aplasta y el misoneísmo me mata.

Y hoy he recogido todas mis cosas. No tenía maletas ni cajas de cartón. Hoy tenía bolsas. Intente poner en dos bolsas todo lo que generé durante estos años. Casi diez. Años de lucha personal. Años de vivencias. Pero hoy ya no tengo quince años y hoy no estaba mi madre. Hoy estaba sola, llevándome mis cosas como una ladrona. Me lleve mis cosas a horas en las que no me podía ver nadie. Aprovechando que estaba sola, lo recogí todo. Carpetas, cartas, sueños e ilusiones y las metí todas en dos bolsas enormes. Me fui intentando que no me viera nadie y luchando contra las ganas de llorar, echando de menos a mi madre como hacía años que no lo hacía. Me fui con mis bolsas con la misma sensación que aquel día de las maletas de cartón.

Hoy también tenía miedo que me viera alguien y que supieran que me habían despedido. Vergüenza tremenda como aquel 1996. Y sola, luchando contra el peso de mis recuerdos, he cerrado la puerta de la oficina rezando para que no me viera nadie. Como un zorro me fui. Como una ladrona a hurtadillas, para que no viera nadie mis bolsas y que lo que llevaba encima era el peso de mi vergüenza. Me han despedido porque soy prescindible. La vergüenza me habita. Y la decepción también. Ahora se me abren caminos que no conozco y sentimientos algo burdos. Siento cosas raras. Cosas que sienten los que de repente ven una realidad que llevan años rehuyendo. Y no es que quisiera chulear pero jamás pensé que me pudiesen despedir. Hoy me han vuelto a echar por segunda vez en mi vida. Y quien sabe de lo que hablo sabe que mi trabajo también era mi casa.

Aquí también dejo gente querida. Gente con la que he compartido risas con sobreentendidos y miradas cómplices. La pena para mi es dejar atrás tantas cosas compartidas cada mañana. Laura. Merche. Yol… Toda la gente que he conocida y tantas charlas a escondidas de los jefes. Tantas risas y tantos hombros sobre los que me he podido apoyar. Tantos agobios en épocas de responsabilidades agudas y tantas preguntas transcendentales sin respuestas. Jamás juraré volver. Ya volví una vez en mi vida. Y sé que cuando vuelves, la decepción es mayor porque ya nada es lo mismo.

Lo que dejo atrás no es sólo un trabajo. Son sentimientos. Son luchas personas. Son logros. Ahora, me toca levantarme y seguir tal como seguí entonces, en aquel lluvioso día de 1996, aunque me costó horrores. No soy ni mucho menos tan fuerte con en aquel entonces. Porque antes tenía promesas, tenía sueños pero es que hoy no he jurado volver.

Y no me cansaré de dar las gracias. A lo mejor es lo único que debería de sentir después de tantos años. Pero no me puedo quitar de encima esta sensación de vergüenza por haber resultado “Prescindible.”

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lunes, 23 de junio de 2014

EL MAR...


Llevo días escrutando el mar.
Días mirando el mar por si percibía tu sombra. 
Llevo días enumerando las olas por si me dibujaban tu olor. 
Y allí me quedé, pensando que en algún momento aparecerías…

El mar es tristeza.

Miré el mar de día. Miré el mar de noche. Reflejos dorados de cuando el mar está plateado y luces de luna cuando el mar está tapado… Cosas que sólo ven los amantes del mar.

El mar, cuando está precioso es demasiado triste…

Tristeza de las profundidades marinas. La misma amargura que encierra la desesperación de las olas que quieren perderse en la playa, pero que no pueden. El mar las arrastra porque sabe que son suyas. Oleadas rebeldes que vienen con cresta y que decesan mostrando la efimeridad de la mancebez.

El mar va por libre y no me espera. Mar azul; Azul de los sentimientos imposibles. Azul de los azures. Azul cinéreo; Gris de tu pelo, de las incertidumbres y de las estimaciones. Hoy mi mar está triste porque no te he visto. Decepciones acumuladas y desilusiones asimiladas. A veces, el mar llora como si ya nada le duele. ¿Cómo voy a amar el mar si no puedo ver su fondo?

El mar, cuando está precioso es demasiado triste…

Hoy me adentré en el mar a ver si oía algo de ti. Me adentré en el mar a ver si aprendía algo nuevo de mí… Agua fría en la templanza de las emociones. Búsqueda incesante y preguntas. Preguntas que hago y que ni me están destinadas. Mi vida me abre mil caminos igual que el mar y no sé hacía donde ir para encontrarte cuando no sé encontrarme ni a mí misma. Mar, mar de la placidez, mar de la tranquilidad de las grandes aguas, mar de la furia de las costas intranquilas. Mar… ¿Dónde quedamos tú y yo?

Mar misterioso que dan ganas de ver a las esplendidas criaturas de las profundidades. Sueños de Sagitario. El mar de las conchas que ya no tienen nada que decir. El mar de las canciones de amor, de los desamores nostálgicos y de los sentimientos banales. Este mismo mar que desvela el color del cielo y que imita los estados de nuestras almas. ¿Cómo puede ser el mar tan claro de día y coger este color tan hondo de noche? Lástima que mis ojos no lleguen allí en aquel infinito tan cerca. Infinito mar. El mar mezcla sus olas para que nadie vea su tristeza. Las lleva a cuestas desde allí donde se encuentran los céfiros...

Melancolía de cuando el mar está demasiado bonito. Y aquí estoy, mirando este mar de las tardes que da ganas de echar mano a los sentimientos y romperse a llorar. Torbellinos de niebla que confunden la benevolencia de las almas. He visto el mar un día de lluvia y me ha dado un mensaje para ti. Mar mecedor que por un momento hace olvidar las penas y relame sus propias heridas con la quietud del ruido de las olas... El mar, cuando está precioso, duele. Duele como los años, duele como el tiempo, como los recuerdos desgastados.

El mar de los placeres prohibidos y de las cosas que no se deberían de decir. El mar del disimulo y de las miradas furtivas. Yo quiero este mar. El mar de los deseos que dan los halagos furtivos en las estaciones de desengaños. Sentimientos pesados e imposibles de abarcar, que hacen suspirar y desalentarse mirando luces en la lejanía. He visto el mar sin luna. Tranquilidad abrumadora de los atardeceres, de cuando el sol cae directamente en el mar. El mar de los marineros, que lucha ahogado contra las tormentas porque no quiere más agua. El mar de los solitarios que se van sin más porque no tienen miedo a las profundidades. 

Mar.

La belleza de la nada. Reflejos argentados como si anoche, las estrellas suicidas se hubiesen tirado al agua, empujadas por la curiosidad. Siempre me quedará el mar para esconder mis lágrimas... Llevo días escrutando el mar y nada. Te busqué a ti y también a las estrellas. Pero a ellas, tampoco las encontré. Una cita de una estación cualquiera a la que no viniste...

El mar se quedó con mi corazón hace tiempo. Y aquí estoy con la tristeza de las melodías trágicas. El mar cuando esta precioso, es demasiado triste porque tú eres mi mar. Ganas de sumergirme en las profundidades de tus mares pero con miedo a quedarme sin aliento. ¿Cuántas albas nos habremos perdido?

El mar, cuando está precioso es demasiado triste…

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lunes, 16 de junio de 2014

EL MISONEÍSMO.


Misoneísmo.
(Del gr. μισεν, odiar, neo- e -ismo).
1.      m. Actitud propia del misoneísta, aversión a lo nuevo.

A veces hay pálpitos del corazón que nos muestran la complejidad de las cosas. A veces la vida da brincos y nos lleva de un camino a otro. Y muchísimas veces, las circunstancias incrustan dentro de nuestra mente miedos y fobias grotescas.

El misoneísmo según el diccionario es una aversión a la novedad. El misoneísmo según las definiciones sociales es el miedo a los cambios. Un miedo atroz ante la posibilidad de tomar decisiones o de cambiar el rumbo de las cosas. Una sensación de entumecimiento que deja los músculos flácidos y pesados. El misoneísmo deja al misoneísta parado en un estado de actividad cero y con aún menos poder de decisión. Nulidad absoluta ante un futuro incierto que deja el misoneísta en un estado febril. Una sensación de desasosiego y de angustia lavada por la desesperación.

Soy misoneísta. Y tengo miedo, fobia y horror a los cambios.

No hablo de cambios materiales. No. Sino de los cambios sustanciales, de cambios de gran relevancia. Aquellos cambios que llevan nuestras vidas a la casilla de salida. Cambios fundamentales y decisivos que parecen llevarnos a caminos sin rumbo en los que adaptarse parece un verbo imposible y un espejismo. Cambios cíclópeos que sacuden y que nos dejan pasmados ante lo que podría ser una realidad. 

No sé el por qué de mi misoneísmo pero lo soy hasta la medula. Soy misoneísta y no soporto que cambie ninguna variable de mi vida. Soy misoneísta y me gusta mantener mi vida intacta. No me importa vivir cada día lo mismo o siempre tener las mismas dinámicas. Me gustan mis costumbres y siempre haría lo mismo. Me gusta saber a qué me agarro y odio las improvisaciones que conllevan grandes cambios. Me gusta mi rutina y me cuesta aceptar que no hay mal que por bien no venga. 

Sé que los cambios son buenos pero mi misoneísmo no me lo deja ver. Me impide poder caminar y borra dentro de mí todas las iniciativas y todo el dinamismo. Nada vale la pena. Todo es confuso y no hay más que obstáculos. La vida me parece insulsa y difícil y yo me veo banal. Soy nula, porque me vuelvo minúscula ante cualquier cambio que se me presente en mi vida. Ante los cambios, no reacciono y me cuesta asimilar hasta los detalles más pequeños. No tengo fuerza para nada. Soy misoneísta y no siento ni ganas, ni fuerza para cambiar de vida. Mi misoneísmo me aplasta y no puedo ni moverme. Sólo quiero dormir y no tengo ni fuerza para llorar. Soy misoneísta y me desgarro por dentro porque siento pavor ante lo desconocido. Un bajón tremendo que deja piedras en mi corazón y en mi alma. Soy misoneísta y con los cambios, dejo de ser… Otro miedo, poco a poco adquirido.

Odio ser misoneísta. Yo no era así. ¿Dónde se han ido mis ganas? ¿Dónde se ha escondido mi sonrisa? ¿Y de dónde me ha salido está dolencia tan machacadora?

Este palpito que siento… ¿Acaso se avecina un cambio? Mis piernas ya flaquean y mis brazos pesan un quintal. Mi cuerpo se niega a moverse y allí estaré en un rato, estirada y perdida, confusa y triste, sin saber muy bien hacía donde dirigir otra vez los amarres de mi vida. Misoneísmo en su estado puro, que va incrementando su potencia con el paso de los años y con la suma de la desilusiones.

Soy misoneísta y cada vez que lo pienso deseo con toda mi fuerza dejar de serlo. Porque mi misoneísmo se está extendiendo hasta los pequeños detalles de mi vida. Y cualquier cambio, por muy pequeño que sea, me deja exhausta.

Si el futuro me fuera contado, yo aceptaría los cambios. Si la vida me diera equilibrio, yo aceptaría adaptarme. Pero el porvenir no está a mi alcance. Tengo miedo. Siento miedo. Soy misoneísta y aunque sé que no pasa nada con los cambios, no puedo dejar de serlo…

Ojala encuentre pronto la manera de aceptar tantos cambios y disfrutar de ellos. Soy misoneísta y admiro la gente que siempre tiene una actitud positiva ante todo lo que les viene. Porque en este mundo que gira y gira, poder aceptar los cambios es una virtud.

Soy misoneísta y siento una hostilidad bárbara hacía los cambios.



martes, 3 de junio de 2014

CIUDADANOS DEL MUNDO.


Hay un nuevo término que hace furor en los ambientes más “cool”. De hecho, usarlo provoca admiración y da a entender que quien dice que lo es, tiene una mente abierta y acepta la diversidad cultural y social. Un término que hoy en día se escucha mucho. Un calificativo que es más que un adjetivo. Es un sentimiento, un pensamiento en Vogue.

Ciudadano del mundo.

Los ciudadanos del mundo se definen como “Sin banderas” en un mundo en el que las nacionalidades no existen y cogidos por este afán de dogmas demagógicos, tampoco creen en las razas ni en las diferencias.

“Ciudadano del mundo soy.
No tengo bandera.
No creo en las fronteras.
Ni en las nacionalidades.”


Ser ciudadano del mundo es tener la capacidad de adaptarse a cualquier ámbito geográfico y aceptar al mundo tal como es: global. Ser ciudadano del mundo es pensar que eres de todas partes, que eres de “un país llamado mundo” como dicen…

Pero para adaptarse, primero hay que llegar…
Para ser de todas partes, hay que tener la posibilidad de serlo…

Ser ciudadano del mundo es una ideología lúfoca, basada en unos pensamientos bastante alejados de la realidad. Ya no importan las raíces ni los orígenes. Ya no importan las referencias, ni la memoria, ni el azar. Mientras que unos luchan para instaurar el patriotismo, surgen unos individuos que dicen que no tienen banderas y que no son de ninguna parte, sino del mundo.
Lo que mucha gente olvida es que para ser ciudadano del mundo, hay que tener autonomía para poder salir de cualquier situación, una nacionalidad que te lo permita y sobretodo, tener la barriga llena. Porque este término tan cool, tan formidable y tan magnifico, que no es más que un ideal utópico, sólo es recurrente en los países de los blancos porque no está al abasto de todo el mundo. Y si no lo está, pues a mí ya no me gusta.
Para ser ciudadano del mundo hay que haber visto mundo. Y uno no ve mundo si no tiene medios o color para hacerlo. No todo el mundo tiene los mismos medios de vida y las fronteras no se abren igual para todos. Y lo que parece un ideal de vida y una visión perfecta del mundo no deja de ser una ilusión porque es un lujo que no está al alcance de todos.
Ver el mundo como global está bien, pero qué pena que no todo el mundo pueda atreverse a pensar igual. Júpiter hace cosas raras. Les da a unos una vida sin preocupaciones mientras que a otros les deja desnudos y descalzos bajo el sol árido o a cuclillas al lado de un Río sagrado. Les costará horrores a algunos ser internacionales y le costará la vida a otros, querer ser cosmopolitas. Mientras que los subsaharianos que se buscan una vida en los países ricos son ciudadanos del limbo porque son de ninguna parte, los europeos que se buscan la vida en otros países son ciudadanos del mundo.

Recuerdo mi tío, sabio y hablador que decía: “Antes de filosofar, hay que tener la barriga llena…"

¿Si aún no he comido hoy, qué me importa el tipo de ciudadano que soy?

¿Ser ciudadano del mundo es simplemente filosofar? ¿Es de barrigas llenas? No lo sé. Pero supongo que los que se preocupan de lo que comerán sus hijos o los que sufren porque no pueden pagar un alquiler o uno que mira su madre en el lecho de la muerte sin poder hacer nada, no lo importa mucho si existen razas o fronteras. No creo que a mi tío Gilbert le importe alguna ideología.

¿Ciudadanos del mundo? ¿Dónde está este lugar que llaman mundo?

Hay gente que no lo ha visto jamás. Ciudadanos del mundo, ciudadanos de la tierra... Pero es que la tierra no es de todos. Es de unos pocos. No nos engañemos... Gente internacional que lo es porque puede serlo.
¿Todos somos ciudadanos del mundo? Esto es una irrealidad. Y si un ideal ya no está al alcance de todo el mundo aunque se basará en la igualdad entre todos, pues ya no es un ideal.

Ser ciudadano mundo depende del marco y de la condición social.

No hay puentes que unan ciudades más allá de los puentes sentimentales, porque el resto va unido a leyes estrictas e injustas de extranjería. El ciudadano del mundo puede viajar pero no todo el mundo tiene las fronteras abiertas.Ciudadano del mundo como concepto pomposo y prepotente. Seguro que estaré equivocada pero no hay nada más engreído que ver a uno con la barriga llena diciendo que es ciudadano del mundo.

Ser ciudadano del mundo, habla del mundo pero no todo el mundo puede serlo. Yo no quiero ser ciudadana del mundo en un mundo en el que todo el mundo no es mundo y en el que todos los mundos no son mundos.

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lunes, 19 de mayo de 2014

EL EGO.


Mi ego me está matando.

Una sensación horrible que nace en lo más profundo de mi conciencia y se me expande por todo el cuerpo imposibilitándome a sentir cualquier cosa que no sea tristeza y rabía. La verdad es que, yo,  ni sabía que tenía ego.

Siempre había pensado que el Ego era cuando alguien está embebido de sí mismo y cuando alguien se prima por encima de todo y de todos. El Ego como materialización de una demasía de autoestima…

En mis clases de formación teatral, recuerdo cuando los profesores hablaban de Ego. Lo resaltaban cuando veían los actores llorar después de una crítica, una simple valoración que tomaban como un vituperio personal. “Ego...” decían mis profesores  y yo no lo entendía. ¿Ego?
Recuerdo que también lo subrayaban cuando veían a algunos, más bien siempre los mismos, interrumpir las disciplinas para hacer aportaciones personales, simplemente para llamar la atención. “Ego...” volvían a decir y yo no lo entendía. !¿Ego?!
También decían “Ego...” cuando veían los que se usaban sus  traumas personales para justificar su falta de talento, eludiendo responsabilidades. Y yo seguía sin entenderlo…

Ego…

¿Cómo puede ser Ego cuando alguien tiene demasiados complejos y miedos? ¿Dónde ven el ego en el hecho de que alguien este llamando la atención? ¿Ego? Yo pensaba que el Ego iba con altivez, soberbia y desdén. Para mí el ego va con el engreimiento, la suficiencia y un poco de arrogancia y de vanidad. El Ego del Yo. El Ego de los que proclaman como Cicerón: “Alios ego vidi ventos; alias prospexi animo procellas” dando a entender que están por encima de muchas cosas y que ya han vivido mucho. Esto para mi, era Ego.

Pero mis profesores lo veían en la humildad forzada, en el arrepentimiento justificado, en el victimismo consciente e inconsciente y en el complejo de mártir. El Ego de las retóricas de punto medio y de la demagogia falaz. El Ego del pesimismo y de la megalomanía. El Ego del que hablaban Sartre, Baudelaire y Camus. Tener una gran autoestima es ego. Pero sufrir por tener una mala autoestima también es ego. Ego. Ego. Ego. Todo es ego.

Y yo, por fin y a expensas mías, hoy entiendo ese Ego que no veía y que no lograba comprender. Yo siempre he aceptado las críticas; Yo siempre he aceptado las opiniones de la gente sobre mí o sobre cualquier cosa que haga. Sí. Y no me importaba no ser el centro de atención, aunque tengo que admitir que muchas veces lo era.

Y hoy, me doy cuenta de que tengo Ego... Tengo Ego.

Hoy me han dado una responsabilidad y me mata por dentro no haber aspirado a otra mejor. Me da rabia y me muerdo por dentro por no ser la protagonista de aquella historia. He participado en muchas aventuras sin ser la protagonista, sino como una pequeña segundaria en esas películas de la vida y jamás me había molestado. Y hoy, hoy mi mente tiene delirios frustrados de grandeza y mi ego autócrata y cruel me está matando.
Sólo me dice cosas dañinas. Me ridiculiza y me hace sentirme mal. Me tarasco por dentro. Mi Ego me ahoga. Ya no me deseo nada y ya no me quiero. Incluso creo que me odio. Todo me da inquina y me exaspera la realidad. ¿Y para qué animarme a mí misma? si me aborrezca hasta la saciedad.

¡Ego sum puella! ¡ Ego sum laeta! Entonces, ¿por qué no soy protagonista de esta historia? Si lo tengo todo para serlo. Tengo formación, tengo ganas, tengo ánimos y sé que cumplo los requisitos.  Mi Ego falso e hipócrita me dice que yo me merezco más para luego gritarme que jamás llegaré a nada y me añade “con lo mal que vas…”. Mi Ego me dice que tiene que dolerme que haya gente mejor que yo, gente que sí cumple más requisitos que yo. Un Ego irónico que me obliga a juzgar a los demás y a sacar a relucir sus imperfecciones aunque también las mías. Ego que me hace anhelar realidades utópicas para luego confrontarme al espejo de mis sombras para mostrarme la irrealidad de las utopías. Y sufro, siento dolor y nada vale la pena. Mi ego me puede. Me mira a los ojos como un perro rabioso y me susurra mis fracasos.

Y yo me miro, triste y dejada y no me reconozco. Si yo no tenía Ego. De verdad. No lo tenía. Aunque debo admitir aquella vez que, de pequeña, habiendo desgraciadamente suspendido a un examen, desee inocentemente que suspendiera toda la clase. Luego me arrepentí aunque sospecho que esto también era Ego. 

Yo pensaba  que lo aceptaba todo. Incluso he aprendido a reconocer mis errores y a aceptar las criticas. Y hoy me veo igual que todo el mundo. Me veo con un Ego enorme, enorme, y me entristece porque siempre lo había visto como algo peyorativo. Los años, las decepciones, los miedos y las frustraciones han despertados dentro de mí un ego que hasta ahora me era desconocido.

Tengo Ego, pero no un ego pequeño sino el Ego de verdad.

Y esto me entristece.

¿Será este mi verdadero yo?



lunes, 5 de mayo de 2014

RACISMO DE PLÁTANOS.


La semana nos ha dejado una anécdota cuando menos curiosa. Un plátano, un campo de fútbol de la Península y un balón han recorrido los medios de comunicación y redes sociales de medio mundo para ir a parar a otra cancha, esta vez, de baloncesto, en Estados Unidos.
La burda coincidencia entre ambos episodios ha sido el racismo o, lo que es lo mismo, el rechazo del otro por ser diferente. Y sí es difícil encajar que en un país con la historia de España surjan todavía estos brotes xenófobos, todavía debe serlo más que ocurra en aquél que precisamente tiene un presidente negro y que atesora una larga lucha contra esta lacra plagada de sucesos de sobra conocidos por todos. 

Ha sido un alivio que la unidad de acción y la complicidad no se hayan hecho esperar, posiblemente avivada por las nuevas tecnologías, y que en muchos lugares alguien se haya comido simbólicamente un plátano, ojalá que canario, para alinearse con el jugador del Barcelona que inició espontáneamente esta cadena reivindicativa, eso sí, espoleado por un aficionado al que apenas le hemos visto la cara y que quizá no tiene el nivel intelectual o la cultura necesaria para sopesar su atrevimiento. 
Al otro lado del Atlántico, el patrón de un equipo de baloncesto advertía con la boca torcida a su pareja que no trajera negros a su pabellón. Horas después, se quedaba sin su club, recibía una multa millonaria y el desprecio de sus propios jugadores, que depositaron sus camisetas sobre el parqué y desataron otra ola de solidaridad en un deporte sostenido precisamente por una amplia mayoría de figuras de esa raza. 

Hasta aquí solo cabe celebrar esta reacción multitudinaria, aunque también puede uno preguntarse si en realidad ahí se acaba todo y si a partir de ahora vamos a ser todos mejores personas por el hecho de haber repudiado a ambos personajillos. La respuesta en mi opinión es que no y que se trata a lo sumo de uno de esos bucles que remontan a una velocidad endiablada el espacio mediático, que producen consecuencias amargas inmediatas a sus protagonistas y que, con la misma rapidez, será olvidado al cabo de las horas. 

Pienso que la verdadera xenofobia sigue escalando posiciones en el mundo en forma de fronteras, vallas y élites cada vez menos numerosas pero más blindadas que crean los compartimentos estancos que producen el odio y el desequilibrio no solo ya racial, sino humanitario, cuando no climático, que nos pone a todos a los pies de los caballos. 

Creo que la verdadera intolerancia se hace cada día más fuerte en un planeta en el que la razón ha sido secuestrada sistemáticamente y relegada a una simple anécdota, como la del plátano de Alves.


Texto del periodista Juan Carlos Acosta.
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