Se dice que el ser humano pasa la mayor parte del tiempo presente, pensando en el pasado. Alguno de los famosos libros de auto-ayuda afirman, con rotundidad, la importancia de vivir el presente, el aquí y ahora. Otros muchos gurús se aventuran a decir que el pasado no existe, que el tiempo es irreal, una ilusión.
Ante tales afirmaciones se me plantea una duda: Si es verdad que no existe, ¿Cómo es que nos asaltan tan a menudo, recuerdos que nos emocionan? Hoy, un día cualquiera en un lugar cualquiera, de regreso a casa, tras una sesión matinal con café y amiga, de repente un recuerdo de mi infancia ha aflorado desde lo más profundo de mi subconsciente…
Soy de la generación de la Nancy, esa muñeca que nació en los años 70 y que ocupaba la mayor parte de los juegos de las niñas de entonces. Era rubia, con ojos color miel que se abrían y cerraban al tumbarla o ponerla boca abajo. Con proporciones equilibradas, una melena larga y sedosa que todas envidiábamos y a la que aplicábamos nuestras dotes de peluquería; Unos vestidos de chica, que para aquel entonces, cuando para mí el océano todavía era un charco, simulaban los de una diosa. ¡Seguro que os acordáis de la vuestra!
La primera que tuve me apasionó. Me la regaló mi hermana que vivía en Alemania y que cuando venía al pueblo lo hacía cargada de regalos para todos. Saber que ella iba a llegar creaba en mí una especie de alegría expectante que no me dejaba dormir en toda la noche. Tenía ganas de verla, pero en el fondo y haciendo gala de ese egoísmo inherente a la niñez la razón de mi nerviosismo e ilusión eran los juguetes que ella me traía.
En aquel entonces no disponíamos de muchos juguetes, así que cuando la tuve por primera vez en mis manos, me pareció tan guapa y con tantos vestidos... Todos tan bonitos que pasábamos horas juntas, jugando, disfrazándonos, saltando... Era la chica que todas queríamos ser.
Y llegaron las siguientes vacaciones de mi hermana Chelo. De nuevo la misma expectación, alegría, cosquilleo, nerviosismo y todas esas cosas que se despertaban en mí ante su llegada. Y entonces, me dio mi regalo. Era una caja. Comencé a abrirla y... ¡No me lo podía creer! ¡Otra Nancy! Pero esta vez no era como la que ya tenía, ni como la de mis amigas. Era completamente diferente. Sólo se parecía en las proporciones. Era una Nancy negra, con sus rizos, su piel negra y un minúsculo vestido que imitaba la piel de algún animal, que entonces para mí era desconocido.
¡Waow! ¡Que exótica era! A partir de entonces pasó a ser mi Nancy preferida. Con ella compartí el resto de mis juegos. Empecé a viajar en mis sueños y me imaginaba viviendo en una tribu en África. Todos los animales de la sabana eran entonces como los de aquí, cercanos. ¡Uf...! ¡Que aventuras!
Es curioso, que con los años se nos planteen preguntas existenciales relacionadas con nuestro carácter, gustos o formas de ser. Siempre me he preguntado por qué me gusta tanto viajar a tierras lejanas y países tan diferentes al mío. Ahora y después de que este recuerdo apareciera en la parte consciente de mi cerebro, me doy cuenta de lo cierto que es lo que muchos científicos afirman acerca de la importancia de la infancia en la vida del ser humano. La inteligencia emocional, el desarrollo cognitivo, el estímulo, la potenciación de las habilidades... En la niñez lo grande es pequeño, lo bajo es alto, lo lejano inapreciable. En el país de los enanos, esos locos bajitos son como esponjas. Aprendemos, copiamos y con los juegos y juguetes desarrollamos partes de nuestro carácter que en un futuro serán parte esencial de nuestra forma de vida.
Ya he viajado a África, el país de mi Nancy negra. Allí me enamoré de la tierra, o quizás ya lo estaba sin saberlo.
Supe en pleno corazón de la sabana, con el rugido de leones y hienas de fondo, con el trinar de pájaros, que no pude reconocer; Al calor de una hoguera encendida, con los cuentos y leyendas del jefe “Massai”, que nos acogía y con la cálida brisa nocturna que me envolvía, que todo aquello no era nuevo para mí. Mis células lo reconocían. De alguna manera sentía que aquel lugar no me era extraño. Me sentía bien, era como si ya hubiese estado allí antes.
Quiero pensar que aquellos juegos compartidos con mi exótica muñeca fueron algo más que simples juegos. Probablemente, y como diría mi admirado periodista científico Eduard Punset:
“…En ocasiones se abren canales en nuestro cerebros que nos hacen vivir en diferentes dimensiones o en realidades paralelas.” Así pues, mientras yo jugaba con mi muñeca, ella me transmitió, todavía no sé cómo, conocimientos que años después mi cerebro reconoció como suyos.
Tratar de explicar esto de manera científica o aplicando la razón es ahora una ardua tarea, que por supuesto no voy a llevar a cabo. Confirmo tan solo el poder de la emoción, esa que en esta ocasión me conectó con un hermoso momento de mi pasado. Desde aquí y si es verdad que hay realidades paralelas, agradecerle a mi Nancy negra mi amor por África.
Y si alguna vez alguien lee este relato, me conformo con que ayude a pensar en la importancia de los regalos. No todo vale. No se debe regalar porque toca. Sin ganas, sin saber qué comprar, con prisas. Un regalo es algo que necesita su tiempo. Dice mucho del que lo regala. Es más valioso un regalo meditado, en una fecha no señalada, cuando el corazón te dice que alguien se lo merece o un regalo hecho por uno mismo, que mil regalos que podamos comprar en las miles de tiendas que nos los ofrecen como los mejores. Hay que cultivar el arte de regalar. Me atrevo incluso a cambiar un famoso dicho que dice:
“Es más feliz el que da que el que recibe” y con un pequeño matiz diría
:“Es feliz el que da e inmensamente feliz el que recibe acertadamente”.
Y si no, que se lo pregunten a mi Nancy negra.
Escrito por Teresa Vizcaya Prieto.Gracias Teresa.
http://yaivi.blogspot.com/
6 comentarios:
Me ha encantado tu blog y esa entrada a nuestra muñeca de la infacia, un abrazo. Karmeta
Preciosa historia. Y me ha encantado la descripción de lo que tiene que ser un regalo. Me encanta la idea buscar y rebuscar hasta dar con el regalo perfecto para la persona a la que va dirigido.
Teresiña. Que bonito relato, tamén nos meus recordos podo verte xogando coa túa Nancy polas rúas do toural, e posiblemente polas rúas de milleiros de paises lonxanos aos que ainda teremos que ir algún día facendo realidade todos os plans cando viaxamos coa imaxinación.
Teresita (asi e como te coñecemos no barrio do toural)eres unha comunicadora "fantastica".Lendo teu articulo sintome identificada contigo,veñen a miña mente cantidade de recordos que fain aflorar un sorriso .A de bos momentos que pasei ca miña aboa cortando e cosendo vestidiños,bolsos..,calcetando medias, bufandas e gorros,que logo gardaba con tanto amor no maletin da "Señorita Pepis".E cando nos reuniamos as nenas do barrio (Monse e Aurora Ortega,Isa Barrios,Isa da ferreteria,Malale de Dª Maruja..)cada unha iba colocando no chan o ajuar da sua Nancy a ver quen tiña as cousas mais bonitas...Buahhh que añoranza , o ben que o pasabamos, un dia eramos profes,outro medicos, outro azafatas, e sempre ca nosa Nancy ca sua indumentaria adecuada para cada ocasion. E agora eiqui,agora ali ca nosa imaxinacion viaxando a todolos lugares que se nos antoxaban.Recordos dunha infancia feliz,mui feliz...Un bico Teresita por facerme pasar un rato tan bon.
Me alegro de que os haya gustado. Seguro que por un momento habeis vivido en otra dimension, esa es la magia de los recuerdos. Gracias a todas por vuestros sinceros comentarios. Y gracias a "El armario de Yaivi", por abrirme su puerta.
Qué escrito más bonito Teresa! ME HA ENCANTADO. Y me place mucho que una chica como tú, tan sensible, tan apasionada y tn sencilla se enamore de un continente como el mio. Muchas gracias tia! Y espero un día llevrate a las tierras del Dahomey que tambien forman parte de mi! Tia! que te quiero! Y GRACIAS!
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